Los meros números, en su implacable frialdad, colocarían a Sebastián Vettel entre los mejores pilotos de la historia. Sus cuatro títulos firmados cuando no pasaba de los 25 años, su cantidad de victorias, la precocidad de su éxito, el tiempo durante el que se mantuvo arriba.

Sin embargo, haríamos mal en limitarnos a las estadísticas y más en estos tiempos de pandemia en los que tanto se retoman pintorescas frases que disminuyen su valor –por ejemplo, aquella que asevera que son como un bikini, pese a enseñar mucho, ocultan lo importante; o la de Winston Churchill, que las estadísticas son como las farolas para un borracho, sirven más como soporte que como iluminación.

De origen, Vettel aportó sólidos argumentos para que se le comparara con su compatriota Michael Schumacher. Apenas en su segunda temporada, con 21 años, ya fue segundo lugar, a lo que siguieron sus cuatro títulos al hilo, cada cual con una hegemonía más aplastante que el otro. En ese periodo, en el que Mercedes y Ferrari no le vieron una a la pujante Red Bull, acumuló récords tales como más victorias, podios y pole posiciones en un año, lo mismo que de vueltas en punta y triunfos al hilo.

Su salto a Ferrari, cuando Red Bull claudicaba en su liderazgo tecnológico, supuso un reto enorme. Estaba el antecedente del Schumacher que se consagró con el apodado Cavalino Rampante tras ser campeón antes con Benetton. Estaba una racha negativa sin títulos de esa escudería desde el último con Kimi Raikkonen en 2007 (aquel en el que, el caos entre los coequiperos Fernando Alonso y Lewis Hamilton propició que McLaren Mercedes perdiera una corona segura). Estaba la ansiedad tras el fracaso de Alonso en Ferrari (otro que antes fue monarca para otro escudo y no logró replicarlo con la firma italiana).

Visto a la distancia, los alcances de Vettel serían más o menos similares a los de Alonso: casi siempre entre los primeros cuatro, nunca por encima del dos… pero con condiciones más favorables. Así que su grandeza queda limitada a esa era en la que Red Bull corría por su parte.

Por buscar precedentes más añejos, la inmensidad de Juan Manuel Fangio puede entenderse al reparar en que sus cuatro campeonatos fueron con escuderías diferentes. No importaba quién le aportara el bólido, no importaban las ventajas o desventajas tecnológicas, el argentino se imponía. Dice mucho de un deportista el ser igual de dominante al cambiar de equipo. Por ejemplo, LeBron James que busca reinar con su tercer uniforme en la NBA. O lo de Cristiano Ronaldo con gigantes de Inglaterra, España e Italia. O lo de Peyton Manning al pasar a Denver y lo que pueda hacer Tom Brady ahora en Tampa. Dice mucho, muchísimo, demasiado más en una disciplina tan marcada por las diferentes pautas de diseño y sofisticación.

Por ello tan imperativa necesidad de observar a Vettel en la cumbre con colores ajenos a los del Red Bull de sus inicios. El anuncio de que no continuará con la firma de Maranello, abre la especulación de su retiro, aunque, por mucho que siga, también la noción de que será muy difícil volverlo a ver campeón.

Un espléndido piloto al que nadie quitará sus récords y hazañas. Tampoco, la sensación de que lo suyo fue sólo con un proyecto… y eso pesa mucho para clasificar a los astros del deporte motor.

 

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