Cuando los valores no son suficiente linterna para guiar a un equipo a decisiones éticas, coherentes, acertadas, habría de bastar, ya como última instancia, cuidar el valor de una marca.
Me explico. Que luego de su terrible comportamiento, acusado de tentativa de feminicidio, Renato Ibarra tenga posibilidades tanto de permanecer jugando con el América como de ir a otros conjuntos de la Liga Mx, retrata de cuerpo entero a nuestro futbol.
En un mundo ideal habría de tener bastante peso el ideario de una institución para definir lo que de ninguna forma puede solaparse, lo que no es reversible ni permisible, el límite para separar las sanciones provisionales de las definitivas. Asumido que para algunos de nuestros clubes los principios no inclinan la balanza hacia un lado, entonces ya como mínimo tendrían que actuar en defensa del valor de su escudo.
Por desgracia, la violencia doméstica abunda en el contexto deportivo y acaso no porque sus actores sean en especial proclives a ese delito, sino como mero espejo o muestreo estadístico: en una sociedad en la que es trágicamente habitual el trato agresivo y degradante hacia la mujer, el microcosmos deportivo no puede más que reflejarlo. Dicho lo cual, los incidentes que involucran a deportistas suelen ir marcados por una dicotomía: por un lado, mayor sonoridad y notoriedad que los de toda persona desconocida; por otro, los afanes, a menudo satisfechos, de impunidad.
Esto no habría de ser competencia del América o de compradores interesados como Cruz Azul, sino de la Liga Mx o la Federación Mexicana de Futbol. Así como los torneos estadounidenses actúan de oficio separando de su entorno a quien incurre en ese siniestro comportamiento (medidas decretadas desde las mismísimas oficinas de la NFL, las Grandes Ligas, la NBA), en nuestro país esto debe trascender a la entidad donde juega el futbolista.
Esto es un negocio y el América desea capitalizar lo que gastó en Ibarra. Difícil decirlo para quienes no arriesgamos dinero, pero, así como los de Coapa multiplicaron su inversión al desprenderse de Agustín Marchesín o Guido Rodríguez, tendrán que asumir que con este muchacho la ecuación resultó ruinosa. ¿O vale más el monto a perderse que el ejemplo que se exhibirá permitiéndole portar su uniforme, que el precedente que será sentado, que el mensaje y definición de una institución adorada por millones, que el atropello de todo sentido humano?
No lo olvidemos. Renato Ibarra sólo salió de prisión por una negociación que cambió la declaratoria de la víctima, una mujer embarazada que no sólo fue amenazada sino también golpeada. Si eso no basta para alzar la voz por lo que un club cree, entonces que baste evitar el daño de imagen que se realizará a su nombre. Volver a verlo de nuevo en la cancha o incluso con ropa de entrenamiento tendría que ser del todo inviable. De por sí, el notar que se debate la mera posibilidad de su retorno o que no le falten pretendientes en México, ya implica una penosa afrenta.
Twitter/albertolati