Somos como un viajero en el desierto,
que persigue espejismos hasta la extenuación
Gueshe Kelsang Gyatso
Así como se enferma la mente de un individuo, se enferma la mente de su sociedad. Entre ambas enfermedades hay una correlación de mutua morbilidad. Si un individuo está reaccionando de manera equivocada cuando se siente amenazado –como en no pocos casos se ha visto durante esta pandemia–, seguramente su colectivo lo está haciendo también, y viceversa.
Siempre hay, sin embargo, quien da la nota disonante respecto de las creencias más extendidas y arraigadas. El clásico crítico que, no obstante, padece la misma enfermedad social. Puede haber incluso dos o más grupos, sectores o estratos que piensan diferente respecto de los asuntos en común, y aun así discuten bajo la misma distorsión mental colectiva.
A nivel individual o colectivo, lo común es que la gente se aferre a sus creencias y descalifique sin más a quien ose contradecirla, creyendo sin pizca de duda poseer la verdad absoluta y, por tanto, trate de imponerla a como dé lugar.
A escala personal, este fenómeno se da dentro de la familia, en el lugar de trabajo y hasta en la fiesta. A nivel colectivo hablamos de la política, la religión, la economía y, por supuesto, la pandemia.
En lo personal, le llamamos patologías a las enfermedades o distorsiones mentales y, aunque puede usarse el mismo término en cuestión social, existe otra denominación certeramente acuñada por el ilustre psicólogo francés Pierre Weil: “normosis”, nombre que nos permitirá hacer una clara distinción entre las morbilidades de dos mentes que son en realidad una sola en muchos sentidos: la de cada persona y la de la sociedad a la que pertenece.
De acuerdo a Weil, la normosis es “…el conjunto de normas, conceptos, valores, estereotipos, hábitos de pensar o de actuar, que son aprobados por consenso o por la mayoría de una determinada sociedad y que provocan sufrimiento, dolencia y muerte: algo patogénico y letal, ejecutado sin que sus autores y actores tengan conciencia de su naturaleza patológica”. No está de más decir que además nos dan identidad.
Weil clasifica la normosis de una forma en la que cualquiera con conciencia queda pasmado por el horror de la identificación.
Comenzaré hablando de las normosis que más se ajustan a nuestra realidad social, como la “patriarcal”, que “invisibiliza” y/o “descalifica” lo femenino, lo somete por la fuerza, pues teme a la sensibilidad. En una errónea interpretación de lo masculino, acentúa la represión de las emociones, de ahí que separe la mente del cuerpo, impidiéndonos ver que éste enferma o se debilita cuando no sabemos gestionar lo que sucede en aquella.
La normosis patriarcal se basa en la violencia de género, que en esta pandemia se incrementó de manera alarmante. De acuerdo a la Oficina para América Latina y el Caribe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, las llamadas de auxilio de mujeres violentadas crecieron 80% en México durante el primer mes de cuarentena.
Podemos identificarnos igualmente con la normosis “consumista”, a través de la cual hemos depredado el planeta. Este sistema de creencias es el que nos lleva a centrar el sentido de nuestra importancia personal en el dinero. Esta forma de ver el mundo nos ha arrebatado la libertad de elegir cómo queremos vivir, cambiándola por una falsa libertad de elegir lo que queremos comprar.
Los “tradicionalismos” son otra forma de normosis, llamada “rutinaria”, en la que se piensa y actúa bajo el principio de que “siempre ha sido así” y nada puede hacerse para transformar el mundo, nuestras instituciones y a nosotros mismos. Es la que permite reproducir injusticias, discriminación y, evidentemente, los privilegios de quienes en su tiempo combatieron esos mismos privilegios, porque los tenían otros, claro.
Supongo que a estas alturas ya habrán caído varios “veintes”. Pues para que se llene la alcancía, continuaré en la próxima entrega con el mismo tema.
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