Sin boca, sin nariz y sin manos, el riesgo de contagio es nulo. El camarero de la Gitana Loca, en Sevilla, es perfecto para servir cervezas durante la pandemia. Aunque no le pondrá corazón, porque tampoco tiene. Es un robot.
Ubicada en la entrada del bar, la máquina consiste en un grueso brazo articulado de color blanco con una pinza en el extremo, al estilo capitán Garfio.
El brazo toma el vaso de plástico de un dispensador, lo coloca medio inclinado bajo el tirador de cerveza y lo llena hasta el borde. Entonces, la cerveza, con varios dedos de espuma, se deposita encima la barra, donde el cliente puede recogerla.
En pleno centro de la capital andaluza, el bar cuenta con este robot desde el 11 de mayo, cuando empezó el prudente y gradual desconfinamiento de España, uno de los países más castigados por la epidemia con más de 27 mil 700 fallecidos.
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Sevilla se encuentra en la primera de las tres fases de desconfinamiento, en la que las terrazas de los bares pueden abrir con una capacidad reducida y numerosas medidas de higiene y distancia social.
El propietario de la Gitana Loca, un local de bajo coste, donde la cerveza cuesta 70 céntimos de euros (0,77 dólares) y las bebidas se recogen en la barra, ya había previsto equipar otro de sus establecimiento mucho antes del confinamiento para agilizar las ventas.
Pero el estado de alarma declarado a mediados de marzo impidió su puesta en marcha.
Entonces, “vimos que sería ideal cuando se abriese la fase uno” de desconfinamiento, explica a la AFP el propietario de la franquicia, Alberto Martínez.
“Como todo era evitar el contacto entre los clientes y todos los elementos (…), el robot sirve muy bien para que en el vaso de plástico también evitemos el contacto y sea de usar y tirar, todo muy de autoservicio”, explica.
Desde el 11 de mayo, la máquina atrae clientes y curiosos, aunque el bar está lejos de forrarse, con apenas una docena de clientes autorizados en su terraza.
“Ahora no es rentable estar abierto, por las pocas sillas que hay. Pero tenemos que competir con los demás bares y hay que hacer algo distinto”, reconoce Martínez.
Con el robot, “la gente ve, primero, que estamos abiertos y que se hace algo distinto que en el bar de la esquina”, asegura.
Pero los hay románticos que prefieren el método tradicional.
“Creo que el trato entre cliente y barman, la mirada en los ojos, ver cómo va cayendo la cerveza cuando la van poniendo y demás, tiene un atractivo que se está perdiendo con esa máquina robot”, opina Manuel Fernández, un jurista de 33 años sentado en la terraza.
“Yo no estoy a favor de ese tipo de márquinas. Prefiero arriesgarme y que me pongan mi cervecita como se ha hecho toda la vida”, concluye.
ica