Mudar a un club se basa en una serie de concepciones muy claras: no entender al escudo como seña de identidad sino como mero producto; no ver a quien sigue los partidos como devoto (parte de la marca) sino como cliente (ajeno a ella); no concebir este deporte como pasión, incluso como religión, sino como cualquier otro negocio, lo mismo da vender goles que aspiradoras o detergentes; no admitir a la ciudad donde se juega como parte imprescindible de la esencia del equipo sino como muy reemplazable locación de un show de telerrealidad.
Por la forma en que su población y actividad económica se fue diseminando por su territorio, las mudanzas deportivas se hicieron habituales en Estados Unidos. Cuando en los años cincuenta se vivía el final de la Fiebre del Oro en California, otra Gold Rush, ésta deportiva, iniciaba en ese estado. Las grandes ligas se expandieron voraces hacia la costa oeste, conscientes de que ahí brotaban mercados impostergables, al cabo de unas décadas se instalarían ahí hasta 19 franquicias deportivas entre MLB, NFL, NBA, NHL y MLS –los Dodgers se llevaron a Los Ángeles su apodo por los tranvías que sorteaban los aficionados para entrar a su parque en Nueva York (dodger, esquivar); los Lakers por la región de los Grandes Lagos (en inglés, lakes) donde surgieron.
El futbol mexicano seguiría esa estela según la necesidad. Cruz Azul mismo no nació en la capital, como tantísimos otros clubes irían peregrinando por la República, ya porque el gobierno del estado dejó de subvencionar, ya porque detectaron una oportunidad, ya porque hubo un mejor postor, ya por capricho del viejo dueño, ya por condicionante del nuevo.
Sin embargo, hay una evidente distinción: que la naturaleza del futbol, a diferencia de los deportes estadounidenses, es con ascenso y descenso, número fijo de participantes contrastado con la expansión en la Unión Americana cuando las finanzas lo justifican. Así que, copiones de lo que nos conviene, subir y bajar de división dejó de ser asunto de mérito para basarse en dinero. Permanencia voluntaria en el máximo circuito, pagando se hizo posible dejar de descender, pagando se hace posible tener equipo de primera en tu plaza, pagando se hace posible que quienes tenían que jugar por ir a primera acepten quedar varados en segunda.
Como Ciudad Juárez, Querétaro, Cancún, Aguascalientes, Cuernavaca o quien sea que haya comprado su sitio en la división mayor, Mazatlán posee espléndidos elementos para disponer de una institución en primera… y el camino habría de ser superando peldaño por peldaño. No mucho tiempo atrás el Manchester City estaba en tercera, y el Leipzig en quinta, así como los quebrados Fiorentina y Glasgow Rangers debieron retornar desde cuarta. Así funciona esto, ni privilegios por cierto nombre o propietario, ni los millones como alternativa a ese motor único de la humanidad que es la meritocracia.
Cuando en 2010, el millonario malayo Vincent Tan puso su fortuna para consolidar al Cardiff City, pero le cambió uniforme (de azul a rojo) y apodo (de Bluebirds a Dragons), la afición le respondió airadamente que no. Por mucho que ascendió a Premier League, comprendió que fracasaría y revirtió sus imposiciones.
En México, por absurdo que suene, ni siquiera se puede pelear por mantener en casa lo que pertenece a casa: un equipo.
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