Foto: Afp  

Una muñeca de trapo de carita alegre y coloridos listones adornando su cabello se consagra como la mejor embajadora de la etnia otomí en México. Gracias a su encanto, esta comunidad indígena la canjea por víveres para subsistir en medio de la pandemia.

Sobre dos mesas improvisadas como mostradores en una avenida del barrio Roma Norte en Ciudad de México, decenas de muñecas Lele -bebé en otomí- aguardan quietecitas por quien desee adoptarlas.

Solo hace falta intercambiarlas por alimentos, pañales o productos de limpieza, urgentes para decenas de familias de esta comunidad afincadas en la capital.

“Nos juntamos varias familias para organizar esto y poder cambiar nuestro producto, las muñecas, por despensa. Ahora nuestros maridos se quedaron sin trabajar”, dice Marisela Pérez, artesana de 30 años y mamá de tres niños.

Con sus compañeras, Pérez salía a la calle a vender las Lele, una de las variantes de muñeca tradicional del municipio Amealco, en el central estado de Querétaro, a precios entre 50 y 1.500 pesos (2,2 y 66 dólares).

Pero el confinamiento para evitar la propagación del virus convirtió en desiertos grandes sectores de la ciudad, la más afectada por la epidemia, dejándolas sin ingresos.

Con unos 120 millones de habitantes, México registraba hasta el martes 74.560 casos y 8.134 defunciones por Covid-19. Es el segundo país latinoamericano con más fallecidos después de Brasil.

“Orgullo Otomí” 

Casi 60 familias originarias de Santiago Mexquititlán -parte del municipio Amealco- viven en el edificio frente al que han montado este bazar callejero.

El inmueble exhibe murales inspirados en su imaginario y frases como “Orgullo Otomí”, evidencia de su regionalismo. Según datos oficiales de 2015, existen 667.038 otomíes, asentados principalmente en los estados Hidalgo, México, Puebla, Veracruz y Querétaro.

Conscientes de no ser las únicas que se quedaron sin ingresos por la crisis, las artesanas optaron por el trueque.

“Todos ahorita en el mundo estamos iguales y pues dijimos: la despensa es lo que tienen a su alcance”, afirma Pérez.

Felizmente, el poder de seducción de las muñecas, declaradas patrimonio cultural de Querétaro en 2018, es notable.

En menos de una hora, más de una docena de personas con tapabocas llevan sus provisiones.

Algunos traen bolsas pequeñas de menestras, arroz o cajas de leche. Otros más generosos desembarcan cargamentos, donde además de comestibles suman pañales, desinfectantes o papel higiénico.

Una vez entregada la mercancía, desfilan delante de las muñecas para elegir a su favorita. Las hay pequeñas pero primorosas, de unos 10 centímetros de altura, hasta las más vistosas y elegantes de unos 45 centímetros.

Es de lo que vivimos

Marisela y su compañera Marisol González dejan que cada quien escoja, según su propia conciencia o el dinero invertido en la despensa.

“Para lo hermoso de estos trabajos, creo que es muy poco lo que damos a cambio del esfuerzo que ellos hacen”, dice Javier Saucedo, activista de 51 años, que con su esposa se llevan una muñeca pequeña.

Tres amigas que llegan desde el sur de la ciudad entregan nueve bolsas repletas, valuadas en unos 280 dólares.

“Lo vi en Instagram y dije, bueno, vamos a ayudar, junté a mis amigas y ¡vámonos!”, cuenta Pamela Cordero, de 35 años, quien planea regalar una muñeca a su tía.

Llevan unas ocho de distintos tamaños y una camiseta con diseños tradicionales. Marisol reconoce que su generosidad amerita que elijan a su gusto.

Pero no todos los otomíes consideran el trueque un trato justo, dado lo laboriosa que resulta cada pieza.

“Nos tardamos como tres horas en una muñeca. Todo lo hacemos a mano”, dice Alejandra Macedonio, de 40 años, también de Santiago Mexquititlán pero cuya comunidad habita un predio invadido del vecino barrio Juárez.

“Es de lo que vivimos”, añade Macedonio, que confía en volver pronto a las calles para venderlas.

 

arrl