Siempre me bastarán estos ejemplos para resumir el exotismo, por decir lo menos, de nuestro futbol: que, de una temporada a otra, el Rayo Vallecano se convierta en Rayo aragonés brincando a Zaragoza; que, como si nada, el Atalanta de Bérgamo se mude al sur de Italia para transformarse en Atalanta de Bari; que, bastando una mera notificación a la Bundesliga, el Werder Bremen se rebautice Werder Regensburg o el Fortuna Dusseldorf pase a Fortuna Dresde; que, sin más preámbulo, el Crystal Palace emigre desde sus barrios al sur londinense y ahora juegue en Canterbury; que el Girondins abandone Burdeos porque el presidente regional de Normandía ofreció mucho dinero a fin de que se redenomine Girondins de Rouen; que en Brasil, Atlético Paranaense sea Atlético Matogrosense para aprovechar el estadio de Cuiaba del Mundial 2024; o, puestos a ello, que el Banfield bonaerense desaparezca y de nacimiento al Club Atlético Bariloche.
No, no tiene sentido, y eso que en los ejemplos he evitado referirme a los clubes de mayor gloria de cada una de estas ligas. Porque, no lo dudo, Atlante o Necaxa tienen para México tanta o más relevancia que cualquiera de los mencionados equipos para su respectivo país. O el mismo Morelia, con 39 años ininterrumpidos en primera división, algo que la mitad de los integrantes de la actual máxima categoría no pueden ni remotamente presumir (en España, tampoco Atlético de Madrid o Sevilla; en Inglaterra ni siquiera Chelsea o Manchester City; en Italia ni Milán o Juventus; en Alemania ni Schalke 04 ni Stuttgart, ya no decir el pujante RB Leipzig).
Una institución que sólo debería dejar la Liga Mx descendiendo, porque así lo mereció sobre el césped, y no por negocios. Una población que vivirá una amputación en su pasión, en su rutina, en su cultura popular, en su sentido de pertenencia. Peor que entrar en una horrible espiral de malos resultados que deposite a los tuyos en tercera, ese limbo: desvanecerse y recibir como consuelo a un cuadro ajeno en segunda división.
Ahora que me he referido a Francia, vale la pena recordar que en los años sesenta el Toulouse se mudó a París. Ese tóxico precedente bastó para que se formulara la Ley Avice, con la que se condiciona el cambio de sede de un equipo a que sea en su misma región. Es decir, Morelia podría irse a Zitacuaro, como Mazatlán podría recibir a los Dorados de Culiacán.
En España todavía no se supera el escándalo de 2007, cuando el dueño del club Ciudad de Murcia, en segunda categoría, vendió la plaza a Granada; un futbol en el que ha pasado casi todo lo que no es recomendable que pase, pero muy alerta a que ese absurdo no se repita. En Inglaterra, el Coventry City fue repudiado al no renovar contrato con el estadio de la ciudad y hacerse local, a apenas 50 kilómetros, en la vecina Northampton; la presión funcionó y al cabo de un año regresó.
Lo impensable en las ligas que supuestamente nos sirven de guía, normalizado en la nuestra. Queremos jugar como las potencias, mas no imponer sus esquemas. Aquí rige el modelo a conveniencia de validar cuanto reparta dinero.
Twitter/albertolati