Una camioneta recorre un barrio pobre del norte de Sudáfrica para distribuir pan, verduras y… carne de antílopes recién cazados. Ante las crecientes necesidades de una población sin un centavo por el confinamiento anticoronavirus, los propietarios de los refugios abandonados por los turistas decidieron cazar animales salvajes para alimentar a sus vecinos.
Con la pandemia de Covid-19, la industria turística está completamente paralizada en Sudáfrica, el país más afectado del continente africano, con casi 26 mil casos declarados y 550 muertes.
Tebogo Mabunda, que vive habitualmente de pequeños trabajos en hoteles y supermercados de los alrededores, no tiene ingresos desde el inicio del confinamiento, a finales de marzo.
Como muchas otras sudafricanas, con cuatro bocas que alimentar, esta madre de familia, de 40 años, lucha como puede para poder comprar la indispensable harina de maíz y un poco de jabón, igualmente vital en plena crisis sanitaria debido a la pandemia.
Ante la angustia de una gran parte de su población, el gobierno sudafricano puso en marcha un sistema de distribución de paquetes alimentarios, insuficiente, sin embargo, para satisfacer todas las necesidades.
Propietario de un pequeño supermercado en el norte del país, Piet, que prefiere callar su apellido por discreción, decidió hacer su contribución.
Su idea fue pedir a los refugios de la región que ofrecieran algunos de los animales salvajes cazados para equilibrar la población de sus reservas.
“Durante un periodo como éste, recibir proteínas de calidad es muy importante”, explica Piet.
Con todas las reservas de safaris de caza para turistas canceladas hasta agosto, Coenraad, a la cabeza de un refugio de 200 hectáreas, participa en este pequeño programa humanitario. Decidió matar a un centenar de antílopes para alimentar al barrio pobre vecino.
Corrupción
El confinamiento de Sudáfrica coincidió con el inicio de la temporada de caza, lo que provocó un colapso de la cotización de los animales. El precio de la caza de un impala cayó a la mitad, es decir unos mil 500 rands (86 dólares, 78 euros) por cabeza.
Piet esperaba que el bajo valor de la carne incitaría a las reservas a dar su excedente en lugar de venderlo, pero la respuesta de los diferentes propietarios no fue unánime.
Así y todo, en dos meses, Piet y sus socios lograron distribuir más de una tonelada y media de carne de gacela a los más necesitados.
Desde que comenzó el confinamiento, se han denunciado varios casos de corrupción por parte de políticos, sospechosos de haber desviado paquetes de alimentos para satisfacer sus necesidades personales o las de sus clientelas políticas.
“La corrupción en el gobierno es tan fácil”, lamenta Majozy, cuyo nombre fue modificado por su propia seguridad. “Anotan los nombres de las personas en listas y les dicen que van a recibir alimentos, pero en el momento de la distribución no se ve gran cosa”, asegura este joven, que entrega la ayuda alimentaria recogida por el supermercado de Piet.
Varios habitantes de esta barriada pobre abastecida por el comerciante confirmaron a la AFP que aún no habían recibido los paquetes de alimentos prometidos por las autoridades. Sin las distribuciones organizadas por Piet, “habríamos muerto de hambre”, estima Eva Ngobeni, una habitante.
El portavoz del gobierno provincial, Witness Tiva, asegura que se han impuesto sanciones a los responsables sospechosos de malversación.
Por su parte, Piet afirma haber sido contactado por representantes políticos que deseaban asociarse a su pequeña empresa humanitaria. Pero se negó rotundamente. “Cuantos más involucrados haya, más robos habrá”, suspira.
EFVE