*Por Marina San Martín Rebolloso
En uno de tantos fines de semana transcurridos durante este confinamiento, quedó grabada en mi mente una película española de ciencia ficción llamada “El hoyo”. El argumento de esta cruda trama se centra en mostrar el grado de descomposición al que puede llegar el comportamiento de una persona que, con tal de sobrevivir, busca colmar su exigencia de alimentación, perdiendo consideración de la dignidad del otro, e invitándonos a reflexionar sobre nuestra humanidad.
Los efectos de la actual pandemia nos han llevado a replantear los cuidados de la salud, lo que se relaciona con la seguridad alimentaria que, a su vez, nos conduce a poner atención en los problemas de nutrición de la población y en la relevancia de garantizar el abasto de víveres en estos momentos.
De acuerdo con la Declaración Universal de los Derechos Humanos, toda persona tiene derecho a la alimentación, que debe ser adecuada, entendiendo por ésta, que exista disponibilidad de alimentos, en cantidad y calidad suficientes, para satisfacer las necesidades de los individuos y asegurando su acceso sostenible.
De manera opuesta, alguien sufre inseguridad alimentaria cuando carece, de forma regular, de los alimentos necesarios, inocuos y nutritivos, para un crecimiento y desarrollo normales y para llevar una vida saludable, ya sea por falta de disponibilidad y/o de recursos para obtenerlos.
La expresión más grave de la inseguridad alimentaria es el hambre que, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en 2018 afectaba a más de 820 millones de personas en el mundo, es decir, aproximadamente a uno de cada nueve seres humanos.
La crisis sanitaria provocó que diversos países experimentaran problemas relacionados con la oferta de alimentos, como el aumento de precios y las dificultades de abastecimiento, adicional, a otros de demanda por las limitaciones de los consumidores para acceder a mercados y supermercados.
El sobrepeso y la obesidad, que siguen al alza en todas las regiones, especialmente entre los niños en edad escolar y los adultos, incrementan el riesgo de muerte de quienes contraigan coronavirus. Tan solo en América Latina, uno de cada cuatro adultos –105 millones de personas– viven con obesidad, y en países como México, se duplica la tasa a nivel mundial.
La ausencia o niveles aceptables de peligro en los alimentos también es indispensable para brindar seguridad alimentaria. Por eso, el Día Mundial de la Inocuidad de los Alimentos (7 de junio), promueve una mayor conciencia sobre su importancia.
El derecho a saber se vuelve un aliado para enfrentar las enfermedades que hoy vivimos (diabetes, obesidad y COVID-19). El acceso a la información confiable, veraz y oportuna sobre abastecimiento y costos de comida, riesgos alimentarios, necesidades nutricionales, padecimientos relacionados con la alimentación, entre otra, es esencial para decidir sobre lo que compramos y consumimos, y nos ayuda a prevenir problemas en nuestra condición física y a mejorarla para proteger nuestra vida.
Dice Arthur Schopenhauer que: “La salud no lo es todo, pero sin ella todo lo demás es nada”. En la medida en que las personas ejerzamos nuestro derecho a saber, podremos cambiar nuestro futuro alimentario para que sea mejor al que hoy nos hemos mal acostumbrado.
Comisionada del Instituto de Transparencia de la Ciudad de México.
Twitter: @navysanmartin
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