Las sonrisas y las lágrimas volvieron a aflorar este lunes en la residencia de ancianos Centro Casaverde de Navalcarnero, en las afueras de Madrid, cuando los residentes recibieron sus primeras visitas desde que tuvieran que ser interrumpidas, en marzo pasado.
Enfrentados por los extremos opuestos de dos grandes mesas unidas para asegurar un distanciamiento adecuado, Pepa Plaza y su madre Josefa Vila disfrutaron de un emotivo reencuentro.
“A través de las videollamadas yo la veía que estaba bien, pero ahora ya la he visto”, dijo Plaza, quien usaba una mascarilla, “lo único que falla es que no me puedo acercar y darle un beso”.
Su madre sonreía mientras una enfermera le mostraba un vídeo de sus nietos en la cocina de su casa.
“Es como un sueño logrado”, dijo Vila, “porque claro, cuando estás lejos no las ves. Te viene a la cabeza: ¿habrán resbalado?, ¿se habrán caído por algún sitio?”.
Antes de poder acceder a las instalaciones, los visitantes deben firmar una declaración en la que confirman que no tienen síntomas de coronavirus y que no han entrado en contacto con nadie que los tenga. Los miembros del personal les toman la temperatura y se desinfectan manos y zapatos.
Una vez dentro, los visitantes deben permanecer a dos metros de sus familiares.
El Centro Casaverde fue afectado sólo levemente por el coronavirus, una excepción en comparación con otras casas.
LEG