Qué lástima que la secretaria de Energía del Gobierno de Andrés Manuel López Obrador, Rocío Nahle, no pudo estar en la reunión de la OPEP+ el sábado pasado, ¡porque segurito le hubieran brindado otro aplauso a la mexicana y hasta de pie!

 

Bueno, porque esta funcionaria asegura que los países productores de petróleo, tanto los integrantes de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) como aquellos que no lo son, que tomaron parte en la reunión emergente en abril pasado, le brindaron un aplauso a la 4T.

 

Lo peor de la historia que se contó de esta funcionaria del Gobierno de López Obrador es que ella se lo creyó, su jefe se lo creyó, sus seguidores no lo dudaron y los medios de comunicación afines así lo destacaron.

 

Repentinamente, en la imaginación colectiva de eso que se llama la cuarta transformación había la certeza generalizada de que los 22 países que habían aceptado hacer un sacrificio enorme de recortar la producción, de sacrificar ingresos para estabilizar los precios del petróleo, habían accedido a organizar un aplauso de reconocimiento, además organizado por el país que más presionó a México: Arabia Saudita, para reconocer a la única nación que no había aceptado los términos del pacto mundial. Es algo demencial.

 

Pero ahora, en la reunión del sábado pasado, México simplemente se ausentó.

 

Y con esa falta pierde de facto su lugar en un club tan importante como el de productores de hidrocarburos del mundo.

 

Es la película de los años ochenta. México creyó que, en aquella crisis petrolera, este país, gobernado por los populistas de entonces, podía poner sus condiciones y lo que recibió fue un varapalo que lo llevó a una profunda crisis.

 

Hoy los árabes ya han ido a tocar las puertas de los mercados petroleros externos de México para venderles crudo de mejor calidad y más barato. ¿Es una venganza saudita? No lo sabemos, pero ¡cómo se parece!

 

La decisión más controversial en la industria petrolera mexicana en este sexenio no parece ser insistir en ese absurdo proyecto de construir una refinería en los pantanos de Tabasco.

 

Más bien es aquella determinación presidencial de hacer que Pemex no vuelva a vender un solo barril de su producción de petróleo al extranjero para que toda la extracción se dedique a la refinación para el mercado interno.

 

Esto ya suena mal para cualquier empresa petrolera del mundo. Pero para una que tiene una deuda mucho más abultada que sus activos y que además está denominada buena parte en divisas, suena como el último clavo del ataúd.

 

Y es muy fácil de entender. La empresa, al borde de la quiebra, deja de vender lo poco que produce en dólares para venderlo en pesos en el mercado interno y después va y con esos pesos compra dólares para pagar su deuda externa.

 

Creo que alguien ya lo había dicho antes, pero ¡son unos genios!

 

En la reunión de la OPEP+ de abril, Donald Trump le vendió un favor caro al Gobierno de López Obrador completando el monto del recorte petrolero. Pero la ausencia mexicana en la reunión del sábado pasado será algo mucho más costoso.

 

                                                                                                                                              @campossuarez