Extraño y violento ese orgullo experimentado no por méritos sino por un despojo. O, por ponerlo en las propias palabras del Mazatlán FC, por un arrebato –y ya podrán explicarme el sentido de la palabra “¡Arre!” en esa región, y ya podrán insistirme sobre el concepto de lo disruptivo en esta era de redes sociales.
Orgullo como el del millonario que se devora a otra empresa sin escrúpulos sobre el desempleo de varios de sus integrantes (para no ir muy lejos, las otrora jugadoras del Morelia femenil: ¿cómo mudarse con tan limitados ingresos?). Orgullo como el del señor de la guerra que toma una aldea al azar sin la menor preocupación por quienes ahí vivían, comían, dormían (los que, por décadas, fueron fieles seguidores –¡no consumidores!, ¡seguidores, aficionados, fanáticos, devotos!– del club michoacano). Orgullo como el del niño que roba en el colegio un juguete y tiene la desfachatez de presumirlo como propio, mientras al lado su compañerito llora por ya no tener su preciada posesión. Justo el orgullo, supongo, que como padres nunca tendríamos que permitir en un hijo. Mera y acaso ilusa suposición.
Peor incluso que esa mudanza, al respecto ya he escrito en este espacio, ha sido la manera de presumirla en el nacimiento formal del proyecto: “Quien se quiera quedar en el barco, bienvenido a bordo, quien no, favor de tirarse por la borda”. ¿Así inicia la institución? ¿Con ese rencor sabrá contra qué su estratega digital o su directiva? No inicia con empatía hacia lo que ha perdido Morelia, quizá un mensaje valorando cuanto sucedió antes ahí. Mucho menos con respeto a la historia precedente, quizá resaltando a la Tota en el banquillo, o al Fantasma anotando, o a Darío Franco liderando, o al título en Toluca con el penal de Heriberto Ramón Morales, a los estadios Venustiano Carranza y Morelos. Tampoco con un relato del tiempo que los mazatlecos soñaron y esperaron estar en primera división, de sus anhelos deportivos, de las figuras ahí surgidas. Nada de eso. Sus redes sociales lucieron como un malandro exhibiendo el letrero de acceso a la ciudad que saqueó.
Tan diferente a lo primero que viene a la mente al pensar en la hermosísima Mazatlán, a su explosiva alegría, a su cultura del esfuerzo, a su identidad cálida y abrazadora, a su pegajoso ritmo y carnaval.
Si la intención era vincularse a la expresión “¡Arre!”, válido, pero no plantando su primer paso encima del arrebato, el hurto como pila de bautismo, el robo como fundación. Puestos al arre, arremangar, arremeter, sus creativos disponían de amplias opciones, aunque nunca, nunca, nunca arrebatar. Enorgullecerse del arrebato es hacerlo de que recibieron su plaza en primera división por la vía incorrecta: no conquistando ese derecho en la cancha, sino pujando por él en una subasta, tan distinto a ese paraíso sinaloense en el que su gente ha sido ejemplar trabajando para construir y crear cuanto tiene.
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