El presidente Andrés Manuel López Obrador está sentado sobre un barril de pólvora y al parecer no lo advierte o sus colaboradores lo engañan diciendo que todo está bien.
En México no son pocas las razones por las cuales las calles se llenan de inconformidad, algunos grupos auténticos, otros manipulados, otros más comprados y otros de plano mercenarios que no saben la razón de la protesta y sólo salen a destruir.
Lo cierto es que el horno no está para bollos en el país, sobre esto se suma la gran influencia que tiene en nuestra población todo lo que sucede en Estados Unidos, de ahí que la protesta contra la muerte de un ciudadano afroamericano en Minnesota llega a nuestro país como si hubiera sucedido en nuestro territorio. No es la primera vez que en México hay una réplica de lo que ocurre en otros países.
Esto debe prender focos rojos porque en Estados Unidos las revueltas en una treintena de ciudades tienen detrás una intención: la de impedir que se reelija Donald Trump. Miembros de su equipo y hasta de su propio partido declaran abiertamente contra las disposiciones de su Gobierno. En México, las movilizaciones quieren impedir que Andrés Manuel siga gobernando, porque en 2022 se votará por la revocación de mandato y hay grupos interesados en que no siga en el poder. También López Obrador tiene enemigos en su propio partido, ahora dividido, y entre sus colaboradores.
Tiene a la cuarta parte de los gobernadores en lucha abierta contra todas sus disposiciones. Son puntos estratégicos donde puede decirse que el país se prende.
Las calles se llenan de gente por diferentes causas y con diferentes intenciones, pero la panorámica de estas tomas de calles recuerda a las de hace más de 50 años cuando en 1968 en París se levantaron los estudiantes protestando precisamente contra la represión y las malas condiciones educativas. Situación que repercutió en México, teniendo como fin la matanza del 2 de octubre en Tlatelolco.
La búsqueda desesperada de una represión abierta contra la población ocurre en muchos puntos del territorio nacional. Desde Tijuana hasta Veracruz, la inconformidad existe, algunas veces disfrazada de anarquistas y otras con auténticas demandas sociales. Porque en el caso de Veracruz, donde llegó Andrés Manuel López Obrador a felicitar al gobernador, sin preguntar siquiera a una sola persona del pueblo si seguía conforme con su gestión, fue algo que decepcionó mucho. Decepción hacia el Presidente, su partido y su gobernador.
La chispa está encendida, porque también a nivel internacional el descontento se generaliza ante la revisión de contratos de la actual administración con empresas de diferentes países de Europa, sobre todo en el tema de las energías limpias. Contratos ya firmados que, aunque ventajosos, deberán cumplirse. Los firmaron funcionarios del sexenio pasado que también eran representantes del estado mexicano.
Las calles lo mismo se llenan de gente inconforme con razón, que por mercenarios que a cambio de unos pesos destruyen edificios coloniales, estatuas, bancos, y que ni siquiera saben la razón por la cual están tomando las calles.
Los periódicos convencionales crean foros entre ellos y sus columnistas para librar al país de las garras de López Obrador y no hay trinchera que no esté lanzando proyectiles, a veces de salva, otras veces verdaderos misiles.
Cuando el Presidente advierte que es tiempo de definiciones y que cada quien debe decidir de qué lado está, divide a los mexicanos y no sólo eso, también los enfrenta en momentos en que la unidad es un asunto de sobrevivencia, es decir de vida o muerte.
El país está dividido y hay que unirlo con autocrítica y quitándose la venda de los ojos.
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