Salvo casos de autosabotaje o amaños, luce impensable que un entrenador quiera perder o disminuir sus perspectivas de ganar. Por ello, nunca creeré en las versiones conspiracionistas que apuntan a que un director técnico deja de alinear a alguien por mera venganza o afán de perjudicarlo.

Si Genaro Gatusso apenas ha utilizado a Hirving Lozano en el Nápoles (como Zinedine Zidane a James Rodríguez en el Madrid, como Julen Lopetegui en su momento a Javier Hernández en el Sevilla, como Jeremy Menez en el América, como el ejemplo que me gusten dar), alguna razón existirá.

Lo que percibe que el futbolista le entrega, la manera de embonar en su planteamiento, la implicación en el proyecto, cómo lo ve trabajar y esforzarse sesión a sesión. Entendamos que cada formación inicial es toda una declaración de principios e intenciones; no basta con elegir a los once mejores en su respectivo puesto, sino en permear hacia cada rincón del colectivo el liderazgo, la meritocracia, la ideología de preparación y juego, la coherencia con lo que se profesa.

Ante eso, lo peor que ha podido hacer el apodado Chucky es confrontarse con su entrenador. Ha tenido muy mala fortuna, sin duda, al toparse con el despido de quien apostó por él al grado de transformarlo en el fichaje más caro en la historia del club. De hecho, si antes de arrancar la campaña hubiera sido necesario escribir el nombre del estratega más firme en toda la Serie A, no habría dudado en mencionar a Carlo Ancelotti en el banquillo napolitano. A eso se añade la crisis en medio de la que fue destituido: con rupturas, fuego cruzado con la directiva y un plantel que no lo supo respaldar al rodar el balón.

Gatusso llegó tal como llegaba a cada balón cuando jugaba: sin contemplaciones. Entre sus conclusiones más inmediatas estuvo marginar a Lozano de minutos, escatimarle las apariciones, eliminarlo como titular. En ese acto pudo esperar alguna reacción del Chucky, misma que si existió no fue positiva o de su agrado y ahí terminó por ponerle un tache. Ya para cuando aseveró en una conferencia de prensa que sabía que no sería bienvenido de vacaciones en México, fue porque su determinación era definitiva o casi: el futuro en Nápoles del mundialista tricolor estaba zanjado.

Puesto a ese escenario, lo idóneo hubiese sido su obstinación por probar la injustica: corriendo más en el entrenamiento, mostrándose dispuesto para cumplir con más roles en la cancha, reiterando su candidatura para ser alineado, comprometiéndose con el grupo y alegrándose del clasificarse a una final de copa aunque fuera sin él sobre el césped. Según trasciende desde Italia, pasó lo opuesto hasta ser echado del entrenamiento, con Gatusso además declarando que “no le permite a nadie arruinar un entrenamiento”.

Como decía la canción de The Clash, Hirving Lozano peleó contra la ley y la ley, que ahí es Gatusso, tiende a ganar. Será difícil que vuelva a portar ese uniforme. Desde ya tiene que estar pensando en lo que sigue, aunque con una lección imprescindible: el carácter no está para cuando todo son aplausos, sino, sobre todo, para las causas que parecían perdidas como su situación bajo la tutela de ese preparador.

 

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