Hay mucha presión en ser el primero en algo. El primer soviético en ir al espacio tenía el peso del desarrollo científico humano en sus hombros. El primer presidente estadounidense en liberar a los esclavos sabía que si perdía la Guerra Civil, su país se partiría en dos y el Sur perpetuaría la esclavitud por décadas o siglos. La primera mujer electa diputada, senadora o gobernadora en México sabía que si fallaba en su encargo, ello estigmatizaría a las mexicanas del futuro con aspiraciones políticas.
Uno no quiere ser el primero en algo, y fracasar. Porque las consecuencias suelen ser duraderas; tus errores pueden marcar por años a los que siguen tus pasos. Y a mi parecer, esta es una de las principales presiones sobre López Obrador: ser el primer mandatario de “izquierda” desde Lázaro Cárdenas, y que su gobierno esté fracasando en varios frentes, debe ser una losa bastante pesada para el presidente.
Claro que López Obrador no es de izquierda; es un priista del ala nacionalista revolucionaria que creció políticamente en los sesentas y setentas, durante la presidencia imperial. En otras palabras, una especie de populista conservador, con tintes concentradores y religiosos. Pero más allá de esto, lo que cuenta es la historia que se dice a sí mismo. Él repite que es de “izquierda”, y probablemente crea que lo es —y, por lo mismo, buena parte de su base cree que eso es la “izquierda”—.
Entonces, el problema de que López Obrador sea el primer presidente de “izquierda”, y que fracase como hasta ahora, tiene dos niveles: el personal y el colectivo. Desde lo personal, el riesgo es que no quiera quedar como ese primer fiasco, y por ello aumente la demagogia y el populismo para intentar cambiar la percepción. En lo colectivo, el daño es que si el tabasqueño mancha la verdadera etiqueta “izquierda”, el electorado, o una parte de este, rechace opciones socialdemócratas modernas y sensatas, sólo porque se asocian a un gobierno fallido.
En síntesis, López Obrador tiene una responsabilidad histórica con el concepto “izquierda”. O lo enaltece y lo pule; o, como hasta ahora, lo degrada y lo mancha.