Alonso Tamez

¿El obradorismo se acabará el 1 de octubre de 2024? Como administración, ciertamente. Pero como proyecto y como ideología, su caducidad no es tan clara.

 

 

Mucho dependerá de cómo termine la presidencia actual en términos económicos y de seguridad; de dónde se sitúe la popularidad del tabasqueño para ese punto; de quién sea el candidato de MORENA —en mi opinión, el obradorismo termina si gana Ebrard, pero sigue, en cierta medida, si gana Sheinbaum—, entre otros factores.

 

 

Si los resultados de López Obrador son claramente malos, será complejo justificar una política o una decisión, sólo porque siga “los principios del obradorismo”. Pero más allá de futurismos, que hasta cierto punto son ociosos, hoy el obradorismo presenta serios problemas sistémicos. Aquí desgloso tres: una estructura partidista frágil; pleitos internos por imprecisión ideológica; y premisas falsas o viejas.

 

 

Primero, desde lo partidista, el obradorismo es débil. Los partidos que glorifican a un líder, como MORENA, suelen tener estructuras frágiles —aunque intenten proyectar lo contrario—. Como todo se reduce a obtener la gracia de ese líder, estos producen militantes y simpatizantes que a todo dicen “sí”. Es decir, perfiles mediocres.

 

 

Por esto mismo, cuando esos partidos gobiernan, lo que sube la escalera de la burocracia es, usualmente, este tipo de personajes —ya que sólo tal mediocridad puede simular una lealtad ciega de ese grado, y por tanto tiempo—.

 

 

Un segundo problema es que, ante la falta de precisión ideológica, reinan los pleitos internos en MORENA y en el gobierno. La secretaria general del partido está peleada a muerte con el presidente interino. Y este, a su vez, es duramente criticado cuando, según grupos internos, “quiere rebasar a López Obrador por la izquierda”.

 

 

Y en el gobierno, no pocos ven una pugna entre dos facciones: la de “moderados” —Romo, Ebrard, Monreal, Clouthier, etc.— y los “radicales” —Sandoval, Nahle, Batres, Alcalde, etc.—. En parte, los conflictos en MORENA y en el sector público nacen porque el obradorismo es lo que el presidente dice que será esa semana.

 

 

Un tercer problema estructural es que el obradorismo está basado en premisas falsas e ideas viejas. Unos de sus argumentos existenciales es decir que nuestra transición democrática fue un mito; que décadas de sangre, sudor y saliva de miles de ciudadanos, periodistas y políticos, fueron una conspiración neoliberal; y que sólo ha habido democracia desde el 1 de julio de 2018 —algo ridículo y miserable—.

 

 

De igual forma, el obradorismo es altamente adepto a ideas del pasado: grandes apuestas al carbón y a PEMEX; rechazo a órganos autónomos —para reconcentrar el poder en el presidente—; y seguir una lógica nacionalista-aislacionista que, en la historia reciente, sólo ha demostrado ahuyentar a la inversión extranjera.

 

 

Entonces, cómo van las cosas, ¿el obradorismo se volverá una etiqueta con la que algunos sectores querrán estar fuertemente asociados a mediano y largo plazo —como el gaullismo en Francia, el reaganismo en EE. UU., o el cardenismo aquí—? No. Al parecer no.

 

 

@AlonsoTamez