Cuando en marzo pasado les informaron a millones de empleados que tendrían que dejar de ir a sus centros de trabajo, algunos recibieron la notificación de que a partir de ese momento y hasta nuevo aviso trabajarían a distancia con una computadora.
Otros, que por la naturaleza presencial de sus actividades laborales, fueron notificados de la suspensión total de su respectiva actividad productiva con goce de sueldo durante uno o máximo dos meses, tiempo que la autoridad sanitaria federal calculaba que duraría la pandemia.
Y muchos empleadores que sin ingresos no tuvieron más remedio que despedir a sus trabajadores. Y en esta lista se apuntan casi todos los millones de negocios informales del país.
Por aquellos días escuchábamos dos cosas: la primera que la pandemia en México duraría máximo hasta la tercera semana de abril, que pocas personas se infectarían y que las muertes era imposible que superaran los seis mil mexicanos.
Lo segundo que le escuchábamos al presidente Andrés Manuel López Obrador es que no habría programas de apoyos para nadie. Ni para empresas ni para trabajadores. Lo más que podrían hacer por los afectados era prestarles dinero siempre y cuando estuvieran inscritos en el padrón del Bienestar, ese que tiene un inocultable tufo electoral.
Total, si los expertos epidemiólogos del Gobierno calculaban un impacto tan bajo de la epidemia del Covid-19, todos podrían sobrevivir un mes sin el apoyo gubernamental.
En el mundo, economías de menos desarrollo que la mexicana se aprestaban a ayudar a sus empresas y trabajadores en el entendido de que su caída sería un problema económico y social importante.
Ninguna empresa solicitaba un rescate con recursos públicos, nadie pedía una reedición del Fobaproa. Simplemente oportunidad de postergar cargos fiscales para las empresas y un salario solidario para los trabajadores. Usar el dinero público para lo que es, apoyar a la población.
Pero no, el Presidente tiene la idea fija que ayudar a la gente que no pertenezca a los estratos más bajos de ingresos es traicionar sus ideales. Es mejor devastar una selva para construir un tren que nadie quiere, un aeropuerto lejano e inútil o una refinería que será el último clavo en el ataúd de Pemex, antes que ayudar a millones de mexicanos en la tragedia de una pandemia.
Total, su gran experto, su elocuente y carismático doctor, aprendiz de político, Hugo López-Gatell, le había prometido una pandemia corta, con pocos contagios y casi sin muertos. ¿Para qué renunciar a los dogmas de la izquierda trasnochada si duraría tan poco la epidemia?
La falta de seriedad de los expertos hizo que mucha gente se confiara a que había pasado lo peor cuando más aumentaban los contagios y la falta de apoyos económicos a los trabajadores hizo que mucha gente tuviera que salir a la calle a conseguir ingresos, aún a costa de su propia vida.
¿Y todavía se atreven a decir que hay un complot de las fuerzas oscuras en contra de esos malos funcionarios públicos?
@campossuarez