Mucho se ha hablado en estos días de los desplantes racistas del presidente Donald Trump en contra de la población hispana de ese país y de sus acciones que dejan ver una supuesta supremacía de la raza blanca ante cualquier minoría racial. Muchas han sido las condenas a esta deleznable actitud, aunque muy poco se señala lo que en nuestro país nos cuesta enorme trabajo reconocer: la existencia del racismo y el clasismo en el México del siglo XXI.
Una revisión de nuestra historia, desde la época colonial hasta nuestros días, nos permite corroborar lo que debería ser una indignante realidad, pero que en los hechos es una actitud que se vive en prácticamente todos los estratos de la sociedad moderna.
Desde sus inicios, la presencia española en México se tradujo en un sistema de castas, en el que el privilegiado tenía una estrecha relación con su origen europeo por encima del mestizo que comenzaba a surgir en una sociedad que ya pintaba desigual.
Transcurridos los siglos y llegada la modernidad, esta forma de discriminación prevalece. Federico Navarrete, catedrático del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, ha referido con mucha certeza las características del racismo a la mexicana. Se trata de un fenómeno que es social y particular, apunta el universitario, quien advierte que el problema es “infligido por personas y grupos contra otros individuos y colectivos en vez de que lo ejerza el Estado o la ley, como en otras naciones”, apunta.
El de México, con sus características propias, es un racismo que tiene pocas expresiones de carácter público y, más bien, se ejerce en la esfera del ámbito privado.
En pleno siglo XXI, el México racista y clasista tiene como grave consecuencia un desigual acceso a las oportunidades. El color de piel y el origen étnico son factores que determinan el lugar que se ocupa en la estratificación social. Como es sabido, la población indígena tiene más probabilidad de ubicarse entre las clases pobres del país que los sectores de origen blanco o europeo.
Patricio Solís, Marcela Avitia y Braulio Güémez, del Colegio de México, sostienen que las personas de origen indígena tienen una probabilidad casi seis veces menor de alcanzar la educación superior que la población blanca. Esto se traduce en una interminable cadena de diferencias de las que surgen el racismo y clasismo.
Hemos sido muy acertados en condenar los actos racistas más allá de nuestras fronteras. Poco se ha hecho por acabar con este fenómeno que en México tiene como una de sus múltiples expresiones el desprecio al indígena, al pobre y al que su paso por esta vida ha sido marcado por la falta de oportunidades.
No serán las dádivas que han prevalecido por décadas las que acaben con este problema. Se requerirá de una profunda transformación que comienza con la tolerancia y la aceptación del otro. Un cambio que tomará varias generaciones para que se vea materializado, bajo la condición de que exista un amplio consenso para que éste ocurra.
Segundo tercio. De mucho sirven los testimonios de los actores Yalitza Aparicio y Tenoch Huerta para comprender lo que en materia de racismo se vive actualmente en México.
Tercer tercio. “Pinche india” fue el término con el que el actor Sergio Goyri se refirió a Aparicio en febrero de 2019. Este condenable calificativo que reflejó envidia, frustración y pequeñez ante el éxito de la actriz oaxaqueña no tuvo ninguna consecuencia legal. Quedó impune.
@EdelRio70