“Ninguna huelga se levanta, hasta que me den 100 millones de dólares o hasta que me retiren las órdenes de aprehensión”.
Esta frase se volvió una constante para los trabajadores mineros. Fue utilizada por Napoleón Gomez Urrutia, al estallar al mismo tiempo tres huelgas en Cananea Sonora; Sombrerete, Zacatecas; y Taxco, Guerrero.
Hoy lo niega y hasta cree que nadie se acuerda de que esos paros ilegales nada tenían que ver con los trabajadores, sino más bien fueron impuestos por la desesperación del senador de Morena.
Por más de una década las banderas rojinegras permanecieron en estas minas. Pero, que quede claro, no fue un movimiento obrero, fue la necedad y expresión máxima del abuso de poder de un pseudolíder.
Desde el primer día se supo que esas huelgas eran una farsa de Napillo. Él decidió parar operaciones bajo el pretexto de violaciones al Contrato Colectivo de Trabajo. La estrategia fue utilizar el hambre de los trabajadores a cambio de recibir 100 millones de dólares, o bien de que le quitaran las órdenes de aprehensión en su contra por el desvío de 55 millones de dólares en perjuicio de los mineros.
Esta historia la conocen los compañeros y no la olvidan. Cientos de ellos perdieron su empleo, sus familias entraron en crisis económica y los municipios se colapsaron al perder su principal actividad. Del hambre y precariedad de las familias se enteraba Napito en la comodidad de un sillón de piel, desde su lujoso departamento en Vancouver, Canadá; desde ahí mandaba, increíblemente, mensajes de resistencia a los mineros a quienes les exigía no bajar la guardia.
Él decía que la pasaba muy mal, que era perseguido político y toda la fuerza del Estado era implementada en afectarlo, pero el hambre y pobreza en la que dejó a los mineros no era nada en comparación con el sufrimiento de aquel fino y delicado hombre.
El administrador y poseedor de los bienes del Sindicato Minero se autoexilió en Canadá para no ser detenido por la ley, desde ahí año con año apretó a las empresas y presionó a los gobiernos en turno pero no obtuvo nada.
Lo que sí hizo fue nacionalizarse canadiense y hacer tratos con los sindicatos de ahí, mismos que hoy reclaman e intentan intervenir en la política mexicana de la mano del legislador morenista.
Voces de la sociedad se unieron, pidieron que Napito no fuera senador por sus antecedentes penales y por ser canadiense, pero cuando se trata de infringir la Ley no importa si se tiene el visto bueno. Como se esperaba, los sindicatos estadounidenses y canadienses se aliaron con él para traicionar a México e inhibir inversiones y el empleo.
Hay que recordar que Napo regresó a México porque Morena le dio una curul en el Senado, es decir, su boleto de regreso libre de cualquier detención. Sin embargo, hoy él mismo dinamita a quien lo apoyó, al Gobierno federal, al acusar sin fundamento a la titular en materia de empleo, Luisa María Alcalde, de proteger a las empresas mineras en el caso Pasta de Conchos.
Napito se da el lujo de golpetear a Morena desde la misma Morena, de difamar junto con los sindicatos canadienses a un secretario de Estado, un hecho que debería tomar la Secretaría de Gobernación.
En unos días la huelga en Taxco, Guerrero, cumplirá 13 años: 400 mineros perdieron empleo, salario y su estabilidad laboral. De ellos Napo ni se acuerda. Finalmente ya está libre y no con 100 millones de dólares sino con 55 millones por los que tampoco tuvo que trabajar.
@CarlosPavonC