En un universo paralelo, donde los instantes de inmoralidad se repiten sin parar, siempre serán las diez de la noche del 11 de julio de 2010 en el Soccer City de Johannesburgo.

Ahí, Arjen Robben enfila incesantemente hacia la portería española, como personaje condenado por los dioses griegos a repetir la misma penitencia al infinito.

Una y otra vez su célere carrera tomará tintes triunfales, la ansiada primera copa del mundo holandesa se intuirá en ese naranja pixelado por la velocidad, sólo para topar con la negación del Oráculo de Delfos. Arjen, el de los pies ligeros, descubrirá al cabo de cada una de esas escapadas que a diferencia de Aquiles su talón maldito no es el propio sino el ajeno: en el talón derecho del portero rival impactará a perpetuidad su remate. Se llama Íker Casillas y, por lo que aseguran los místicos ibéricos, porta aureola de santo.

En otro punto de ese universo paralelo siempre es 15 de mayo de 2002 en el Hampden Park de Escocia. Ahí un veinteañero ingresa enésimamente a la final de la Champions League por lesión del arquero titular. Si no recibe gol será campeón de Europa y, para tales fines, se servirá de todas las partes de su cuerpo. Una vez, otra, otra, veremos la acción reiterada: el niño llora porque tan precoz ha sido el héroe que permitió la coronación madridista.

Íker Casillas no sólo conquistó todo trofeo, sino que además lo hizo como el más honorable capitán y siendo decisivo para cada una de esas victorias. Durante varios años fue habitual su semblante ávido de restarse relevancia, al acudir a levantar los trofeos más importantes del planeta futbol.

Por aquello de que muchos aficionados eligen la prepotencia por encima de la humildad, la disrupción mucho antes que la empatía, se le privó durante el último tramo de su carrera del derecho que se había ganado a golpe de atajadas: jubilarse como monumento de carne y hueso.

Para quien supo ser triunfador sin convertir al rival en enemigo, era imposible adecuarse a las imposiciones del maniqueo José Mourinho. Casillas contactó en 2011 con sus compañeros de selección que militaban en el Barcelona para invitarlos a la concordia en unos clásicos que de tan agresivos ya eran vergonzosos. Desde la paranoia Mou le reprobó y, en el acto, sus fanáticos le acompañaron.

Si el mayor castigo en la antigüedad era el destierro, Casillas lo padeció. Se fue por una puerta trasera del Real Madrid, su casa desde la primera infancia, como si en la historia abundaran futbolistas de su tamaño. Blanco de dos fuegos, el de los madridistas más radicales por el legado gamberro de Mou y el de los barcelonistas por haber sido merengue, se pretendió olvidar que se trataba de una gloria.

En el retiro, anunciado este martes tras vivir su último año como profesional incapacitado por un severo susto cardiaco, unos y otros errarán de no admitir: Íker, titán de los milagros, resulta irrepetible.

En ese universo paralelo, donde los instantes de inmoralidad se replican sin parar, sus proezas seguirán.

 

                                                                                                                                             Twitter/albertolati

 

 

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