Decía el poeta irlandés, Seamus Heaney, que hay días en los que la historia y la esperanza riman, y los pueblos cambian para siempre. Eso fue lo que pasó el 1 de julio de 2018. Esa mañana, viejas y nuevas fuerzas se encontraron en el mismo momento y en el mismo lugar, para llevar al poder a Andrés Manuel López Obrador.
Para millones como tú, su victoria saldó una deuda de años. Y con el paso del tiempo, incluso yo he entendido que su triunfo fue, en sí mismo, una necesaria despresurización del sistema. Pero la política es una actividad muy ingrata. Tanto para quienes la hacen como para quienes la padecen. El manto de la victoria se deshilacha rápido y los espectadores ven al emperador, no por lo que dice ser, sino por lo que en realidad es: un individuo luchando por su supervivencia política.
En términos de la administración del Estado, López Obrador es un hombre muy limitado. Y con ello no digo que sea un tonto o un inculto. De tonto, no tiene una cana en términos políticos, como Adolfo Ruiz Cortines. Y lo considero un presidente culto y conocedor de su historia, como José López Portillo. El problema, más bien, es de visión: López Obrador sobresimplifica la complejidad de los problemas nacionales y el momento que vive el mundo. Por eso piensa que la historia de México es una de “buenos” contra “malos”; por eso su apego a ideas caducas, como las que aplica en materia energética; por eso sus constantes distractores.
Sé que tú también ya te percataste de eso. Pero también sé por qué no lo dices abiertamente: para no darle la “razón” a quiénes te dijeron que López Obrador era más problema que solución. En parte lo entiendo, muchos te han criticado injustamente por tu voto. Pienso que, incluso hoy, ves su victoria como un reconocimiento a tu identidad y a tu dignidad. Sientes que, por primera vez, tu voto “contó”. Pero ambos sabemos que el presidente está traicionando su propio discurso, sus medios y sus fines. Y proteger el experimento mexicano está por encima de cualquier cerrazón basado en soberbia, sea del bando que sea.
Por más que uno quiera ocultar, torcer o atacar la verdad, esta es dura como piedra. Desde antes de la pandemia, López Obrador tenía al país peor que como lo recibió. 2019 fue el año con menor creación de empleo en una década (IMSS); la economía se cayó hasta el -0.1% (INEGI); la inversión fija bruta, ligada a la creación de empleo, cayó casi 5% (INEGI); se rompió el “récord” de homicidios y feminicidios (SNSP); las pérdidas de Petróleos Mexicanos crecieron 92% (PEMEX); y quedó claro que al presidente le molesta la corrupción de sus rivales, pero no la de sus aliados.
El Covid-19 sólo aceleró la degradación de un presidente movido por revanchas políticas y reivindicaciones históricas; que sólo quería demostrar que podía ganar. En el combate al virus, López Obrador ha enseñado su peor cara hasta el momento. Mentiroso con los datos, burlón con los críticos, insensible con las víctimas y tacaño con los recursos. Decir apenas en abril que ya se había “aplanado” la curva de contagios; ser el país de la OCDE que menos pruebas realiza por cada mil habitantes; insinuar que las críticas a la estrategia federal son parte de una conspiración internacional; desdeñar el uso personal y masivo del cubrebocas; y ser el segundo país de Latinoamérica que menos ha gastado en apoyos económicos contra la crisis (FMI), son acciones que pintan de cuerpo entero a López Obrador, un hombre que no cuidó a su gente cuando más tenía que hacerlo.
Asimismo, la cultura política que está engendrando el movimiento del presidente es sumamente tóxica. Además de que te exige lealtad ciega, el obradorismo te critica si reclamas tus derechos como ciudadano. El propio López Obrador ataca a quienes piden seguridad, medicamentos contra el cáncer o apoyos económicos para sobrellevar la pandemia. Y si fuese necesario, te atacaría a ti también. Porque lo que le importa no es la realidad ni los resultados, sino controlar lo que se dice de él.
Como mencioné antes, algunos no cambiarán su voto en 2021, principalmente para no aceptar que fueron engañados por un demagogo. Pero otros, en la soledad de la casilla, usarán el voto como lo que es: el mejor correctivo que existe en una democracia. Al darle una mayor influencia a ideas distintas a la del presidente y su coalición, un votante está demostrando la salud de la República. Porque el día que dejemos de cuestionar al poder, será el día que dejemos de ser ciudadanos.
Cierro diciéndote con sinceridad y sobre todo respeto, que señalar los muchos errores del presidente y su gobierno no es añorar el pasado ni defender corruptos; es, más bien, defender el futuro que nos merecemos tú, yo y México. No desperdicies tu esperanza y entusiasmo con alguien que sólo piensa en su propia gloria. Mejor compartirla con quienes, en distintos partidos, están pidiendo la oportunidad de servir. Al final, la democracia es prueba y error; es elegir entre opciones imperfectas. Lo que sirve, se protege y fortalece. Lo que no, se desecha.
@AlonsoTamez