En la carrera por encontrar una cura, los pronósticos que daban algunos gobiernos hablaban de la inminencia de contar con la vacuna contra el Covid-19 antes de que concluyera este año. La declaración era obligada ante la presión de proveer del remedio a sus ciudadanos. No obstante, los datos que arrojaban las compañías encargadas de su producción no eran tan optimistas.
Al menos eso se creía, hasta que el martes pasado el presidente ruso, Vladimir Putin, sorprendió al mundo cuando anunció que su Gobierno ya tenía la vacuna y a la que bautizó con el nombre de Sputnik V, en referencia al primer satélite soviético. Aunque su efectividad causa escepticismo y para la OMS es muy temprana la declaración ante la falta de exámenes y evaluaciones sobre su seguridad.
El mismo día, en voz del canciller Marcelo Ebrard, el Gobierno mexicano anunció que firmó memorandos de entendimiento con dos empresas chinas y una estadounidense, para que desarrollen en el país la fase 3 de sus protocolos clínicos sobre una posible vacuna contra el Covid-19, con la finalidad de garantizar para México el acceso a la vacuna.
Es de reconocer que los esfuerzos de la ciencia nunca se habían dado de manera tan acelerada como ahora. En razón de meses, desde que se identificó el Covid-19 en la ciudad china de Wuhan, se han desarrollado 199 vacunas aprobadas. De ellas, 175 aún están en fase preclínica, es decir, aún no cuentan con pruebas en humanos. Las más importantes, que son las menos, son las que se encuentran en fase 3, lo que significa que están en etapa previa para ser aprobadas para uso en la población.
Al respecto, es oportuno recordar que en abril pasado, en el seno de la Organización de las Naciones Unidas, se aprobó la iniciativa presentada por México, que exige que los países miembros tengan acceso equitativo a medicamentos, insumos, pruebas y vacunas contra el Covid-19, en especial las naciones en desarrollo.
La iniciativa es oportuna si partimos del hecho que en años anteriores las naciones han podido llegar a acuerdos sobre temas mundiales como armamento, migración y cambio climático, por mencionar algunos tópicos. En consecuencia, la emergencia pandémica debería llevar a lograr soluciones colectivas. A un problema global, una solución de la misma medida.
La lógica es muy obvia, la vacuna podrá paliar la enfermedad, pero no crear barreras para la movilidad mundial. Recordemos que toda esta lamentable situación se inició por una persona en Wuhan que contagió a otros y de ahí se multiplicó, esparciéndose por el mundo, contagiando a millones y es la causa del fallecimiento de miles de personas en el planeta en tan solo unos meses.
La pandemia, con toda su carga negativa y sus nocivos efectos, puede ser la oportunidad para que las naciones del mundo ratifiquen sus acuerdos sobre la base de nuevos paradigmas ante los nuevos retos que se presentan para la democracia y, por extensión, la vacuna puede ser un factor de unión y no de discordia, en una lucha de poder.