“El poder del Ejecutivo de encarcelar a un hombre sin formular ningún cargo conocido por la ley, y en particular de negarle el juicio de sus pares por un tiempo indefinido, (…) es el fundamento de todos los gobiernos totalitarios, ya sea nazi o comunista”, escribió el primer ministro, Winston Churchill, en noviembre de 1942.

Líneas abajo, añadió que “nada puede ser más aborrecible para la democracia que encarcelar a una persona, o mantenerla en la cárcel, porque es impopular. Esta es realmente la prueba de la civilización”. Churchill aludía a la situación de su compatriota, Oswald Mosley, líder de la Unión de Fascistas Británicos desde los 30.

En 1940, ya en plena guerra con Alemania, Mosely fue detenido el 23 de mayo, sólo trece días después de la llegada de Churchill al poder. La lógica era clara: si Alemania invadía el Reino Unido por tierra, Mosley podría liderar el bloque colaboracionista con los nazis. Para el gobierno, esto era un riesgo inaceptable.

El punto era entendible. En los primeros meses, una invasión terrestre era probable. Pero mientras avanzaba la guerra, la posibilidad se fue diluyendo, sobre todo tras la apertura de un segundo frente por parte de Hitler, cuando invadió la URSS en 1941. Mosley, quien nunca fue acusado formalmente de nada, sería liberado en noviembre de 1943, un año después del memorándum de Churchill pidiendo su liberación.

La moraleja nos recuerda al caso de la exsecretaria Rosario Robles, hoy en prisión preventiva. Ya son varios los abogados y políticos que sostienen que mantenerla presa es desproporcionado. Incluso la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, consideró que “por los delitos que se le acusan o imputan, cuando menos en la época donde ella supuestamente los cometió, no hay prisión preventiva”.

El caso parece viciado de origen. Como escribe Luis Pablo Beauregard en El País, “un juez, cuya independencia ha sido puesta en entredicho, decretó la prisión preventiva en agosto de 2019 porque consideró que Robles no pudo comprobar su domicilio con certeza y se corría el riesgo de una fuga. La medida fue decretada a pesar de que se considera una excepción reservada a casos de delincuencia organizada, homicidio, secuestro, violación y trata. No es el caso (de Robles)”.

Dicho “juez” es sobrino de la diputada morenista, Dolores Padierna. Ella es esposa de René Bejarano, quien en 2004, como líder de la fracción del PRD en el Congreso capitalino, fue grabado recibiendo efectivo del empresario argentino, Carlos Ahumada, entonces pareja sentimental de Robles. El episodio dañó al futuro candidato presidencial, Andrés Manuel López Obrador, por lo que la teoría de una “trampa” de Robles al grupo del tabasqueño quedó como la versión políticamente aceptada.

Por otro lado, ese “riesgo de fuga” que menciona Beauregard, surge de la aparición de una supuesta segunda licencia de conducir de Robles, impresa con una foto sacada de internet. El problema es que, como detalla la periodista Nayeli Roldán en Animal Político, debido a “la vigencia de laxos controles de la emisión” de licencias en la Ciudad de México, no se sabe quién sacó el segundo documento a nombre de Robles. Bien pudo ser un familiar de ella o un empleado de la Fiscalía. No lo sabemos.

Gracias a que el caso de la exsecretaria peñista tiene varias lagunas, la defensa de Robles y parte importante de la opinión pública, consideran que la imposición de la prisión preventiva y el extraño fenómeno de las dos licencias, confirman una “venganza” por parte de Bejarano y Padierna, con el permiso de López Obrador.

Esto no se ha comprobado y tal vez nunca ocurra. Pero tampoco debemos ignorar décadas de un sistema de justicia motivado por la política, ni tampoco la estrecha relación del gobierno federal con la Fiscalía, aún cuando esta ya no depende del Ejecutivo, al menos en el papel. Al día de hoy, Rosario Robles está en prisión preventiva sólo por ser impopular.

El presidente López Obrador haría bien en no olvidar tres cosas. Primero, que usar la justicia para atacar rivales y proteger aliados, es “aborrecible para la democracia”, como escribió Churchill. Segundo, hacerlo es actuar exactamente del mismo modo que hacían los gobiernos anteriores. Y tercero, es desprestigiar aún más a la política, y por ende, orillar al electorado a los extremos de la izquierda y la derecha. Dicho de otro modo, es jugar con fuego.

@AlonsoTamez