Por Marina San Martín Rebolloso*
El año pasado tuve la oportunidad de presenciar una puesta en escena muy distinta a otras que había visto, la cual, justo por ser diferente, resultó ser extraordinaria. Se trata de la presentación de la compañía mexicana de teatro “Seña y Verbo”, cuyas actrices y actores, quienes son sordos, interpretan historias utilizando la lengua de señas, maximizando las formas corporales de expresión para contarlas y acompañando la trama con música.
Estos ingeniosos artistas tuvieron la capacidad de conectar con la variedad de espectadores que asistimos a la función, sin restricciones de comunicación que impidieran entender el contenido.
La diversidad humana por cualquier condición o situación, como es el caso de la discapacidad, enriquece a la sociedad, que es inclusiva cuando a todas las personas se les reconoce el mismo valor por el hecho de serlo.
La Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad de la ONU, aprobada en 2006, cambió el paradigma conceptual de la discapacidad para concebirla como un asunto de derechos humanos, respeto y garantía, en igualdad de circunstancias.
A partir de entonces, se consideraron como personas con discapacidad, a quienes presentan alguna limitación física, mental, intelectual, sensorial u otra, a largo plazo, las cuales, al interactuar con diversas barreras, pueden ver impedida su participación efectiva en el entorno social, en las mismas condiciones que los demás.
De acuerdo con el último informe realizado por la OMS, hasta 2010, en el mundo existían más de mil millones de personas con discapacidad, lo que representaba aproximadamente al 15% de la población mundial.
Entender que la discapacidad se explica en función de un contexto lleno de obstáculos, plantea la necesidad de que las instituciones públicas garantes de derechos, junto con la ciudadanía, trabajemos para eliminarlas y, así, construir una sociedad inclusiva. Los ajustes razonables y el diseño universal son herramientas clave para lograrlo.
El uso de datos y de tecnologías para explotarlos también tienen el potencial de forjar ciudades inclusivas. Ejemplo de ello, son las aplicaciones de creación de mapas interactivos de colaboración -como Access Earth (Irlanda) y WheeLog! (Japón)-, que permiten compartir información de accesibilidad sobre rutas y espacios públicos, para que las personas con movilidad reducida puedan decidir por donde transitar; así como, los portales de información pública que tienen herramientas de inclusión, como el del INFO de la Ciudad de México.
Sensibilizar y capacitar sobre equidad contribuye a generar cambios de comportamiento. Por eso, es relevante impulsar programas formativos en estos temas, como fue el Seminario “Justicia Inclusiva” de la Escuela Judicial Electoral del tribunal federal encargado de esta materia.
La información facilita los derechos de las personas con discapacidad, porque reduce asimetrías y discriminación. En la actual crisis sanitaria, como lo ha sostenido la ONU, se vuelve vital conocer, de forma accesible, las medidas relacionadas con COVID-19, a través de lengua de señas, subtítulos y formatos fáciles de consultar.
Aún existen muchas barreras para las personas con discapacidad, y todas y todos somos responsables de ayudar a superarlas, recordando, como afirmara Víctor Hugo que, “la primera igualdad es la equidad”.
Comisionada Ciudadana del Instituto de Transparencia de la Ciudad de México
Twitter: @navysanmartin
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