Da a cada ser humano cada derecho que reclamas para ti mismo
Thomas Paine
Ningún valor, ninguna conducta ni ninguna actitud son más necesarias en estos tiempos de pandemia que el respeto, en absolutamente todas sus manifestaciones. Solo el respeto hace posibles la dignidad humana y la gobernabilidad.
Por eso, no solo vale la pena, sino que es imprescindible analizar el término, las diversas formas de entenderlo y su significado más profundo. Nunca las descripciones literales que podemos encontrar en los diccionarios tienen la dimensión que les damos, ni emocional ni culturalmente, a las palabras, porque el lenguaje es una de las elaboraciones más asombrosas del ser humano y su forma más compleja de interacción.
Comencemos pues por el diccionario. De acuerdo al de la Lengua Española, el respeto es la veneración, el acatamiento que se hace a alguien; consideración y deferencia. Cuando de venerar se trata, respetamos a Dios, a nuestros padres y ancestros; si de acatar hablamos, hacemos referencia a nuestros superiores jerárquicos y, al momento de las consideraciones, a nuestros semejantes, sin distinciones.
Sin embargo, estas definiciones no nos dicen por qué el respeto, como valor, principio, actitud y conducta, es lo único que puede garantizarnos no solo progresar como país, sino superar cualquier contingencia que nos sobrevenga, como la que hoy estamos padeciendo a nivel mundial por el Covid19.
Pasemos, entonces, a la dimensión cultural del término. Ciertamente, en las sociedades de corte patriarcal, y todavía más en aquellas a las que se suma la conquista de un pueblo por otro, el respeto ha sido culturalmente confundido con la sumisión y aun la humillación. Quienes se encuentran en posición “inferior” deben hacer lo que se les ordena.
Pero este autoritarismo nada tiene que ver en realidad con el respeto. De hecho, todo lo contrario. Por eso, en las culturas que responden a esas características es tan importante el concepto, moderno por supuesto, de respeto a uno mismo, que consiste esencialmente en atrevernos a encontrar y revelar nuestra verdad personal, ser quienes realmente somos.
Si no paramos de intentar darle gusto a los demás, de creer que lo que esperan de nosotros es lo que debemos ser, y no aceptamos nuestra propia esencia; si no desarrollamos nuestra autenticidad, no podemos, bajo ningún concepto, decir que nos respetamos. Y no podremos respetar a los demás, no los aceptaremos. Estaremos todo el tiempo tratando de controlarlos y moldearlos. Si no se ajustan a nuestros patrones imaginarios, los rechazaremos, los criticaremos, los censuraremos y quizá los odiaremos.
Por eso, el respeto a uno mismo es el punto de partida para explicar la dignidad humana, ese derecho que todos tenemos, por el simple hecho de existir, a ser valorados y tomados en consideración, como individuos únicos, pero sociales e iguales a los demás, lo que implica, por supuesto, vivir en las mejores condiciones posibles.
Por tanto, el respeto en las relaciones es reconocernos en los demás y encontrarlos a ellos dentro de nosotros, para aceptarlos en su autenticidad, como nos aceptamos a nosotros. Esto permite la gobernabilidad de un país, porque hace posible la coordinación y colaboración ciudadanas sin enfrentamientos. Dependemos unos de otros, nos guste o no.
Qué otra cosa, si no falta de respeto a sí mismo, puede haber en que alguien a quien no le importa exponerse y exponer a otros al peligro, en situaciones difíciles para la colectividad, como esta pandemia por la que atraviesa el mundo.
Lo que ha quedado claro es que los países que la están combatiendo con éxito son aquellos en que los ciudadanos se cuidan unos a otros, porque se respetan.
Cuando me reconozco en ti y tú en mí, podemos convivir en armonía y, a pesar de ser diferentes, organizarnos para afrontar circunstancias adversas. Esta es la base de todo bienestar: ciudadanos que defienden el derecho ajeno tanto como el propio.
Cuando esto se pierde, no se progresa.
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@F_DeLasFuentes