El duelo desarrolla los poderes de la mente
Marcel Prosut
Estamos acostumbrados a pensar que el duelo es el dolor que inevitablemente sentimos cuando muere un ser querido. Por eso es que pasamos nuestra vida cargando emocionalmente con todas nuestras demás pérdidas, sumando una tras otra, sin que enfrentemos, ni por tanto entendamos, el daño que nos han hecho ni la forma en que hay que manejarlo.
La realidad es que el duelo es la forma correcta de transitar por la vida, porque ésta es esencialmente cambio continuo y cada cambio conlleva una pérdida.
Ciertamente, el duelo es difícil, nadie opta por él, pero es fundamentalmente necesario. Tratar de eludirlo hace que convirtamos el dolor, que estamos intentando no sentir, en sufrimiento.
Por algo decía Ovidio, el poeta romano, que “el duelo suprimido sofoca. Hace estragos dentro del pecho y está forzado a multiplicar su fuerza”. Hay que abrirle la puerta o la derribará, y cuando lo haga será tan abrumador el dolor contenido, que se percibirá mortal. Sin embargo, hay que recordar que ningún dolor mata. Mata el drama que hace la víctima, porque la lleva a ese tipo de depresión en la que renunciar a la vida parece la mejor alternativa, y ya sea que lo haga rápida o lenta, muy lentamente, con la sola decisión ha comenzado a agonizar.
Si el duelo fuera fácil no lo habríamos restringido a la muerte. Pero la realidad es que toda pérdida puede y debe ser sanada con un duelo. El empleo, las relaciones amorosas, las amistades, el dinero, el estatus social, la libertad, la seguridad, la confianza son cosas tangibles e intangibles que podemos perder. La dificultad del duelo tendrá que estar acorde al nivel de afectación emocional que hemos sufrido.
Sin embargo, muchas veces nos agobia demasiado la idea de aceptar que este tipo de pérdidas nos ha dañado. Nos sentimos amenazados por el dolor que anuncian, o humillados porque nos percibimos poco valientes o definitivamente débiles. Nos avergüenza lo que sentimos, y quienes nos rodean, queriéndonos ayudar, nos reprimen.
Cuando no afrontamos nuestras pérdidas y, por tanto, no hacemos los respectivos duelos, intensos, moderados o leves, comenzamos a sentirnos tristes, frustrados, impotentes, asustados, culpables, entre otras emociones que merman nuestras energías y nuestra claridad mental. No es sentirlas lo que nos debilita, es extender su presencia en nuestras vidas porque nos parecen más tolerables que el dolor.
El duelo, por otra parte, no es un estado (no permanece) ni un suceso (no pasa de inmediato), sino un proceso. Tiene un principio y un final y constituye el paso obligado a un cambio para mejor. Si se evita, nos quedamos a medio camino. Entonces, nos seguirán ocurriendo las mismas cosas que queremos alejar, porque es la forma en que el duelo tiene de tocar o de empujar la puerta para que le abramos.
Pero si hacer duelo por una pérdida puede ser difícil, hacerlo por más de una o muchas, es apabullante, aunque ineludible si queremos una mejor vida. Es así que esta pandemia nos enfrenta a todos, a unos más y a otros menos, a uno o diversos duelos que es recomendable comenzar a procesar, uno por uno, empezando por el más doloroso, si es que queremos salir fortalecidos y no debilitados de una situación que nos rebasó.
Después de la de un ser querido, la pérdida del empleo es quizá la más desestabilizante para las personas, pues se trata de prescindir, en este caso intempestivamente, de los medios que teníamos para subsistir e incluso para concretar algunas de nuestras aspiraciones.
Tras vencer el miedo a no poder sostener nuestro hogar, debemos además hacer el duelo de cada aspiración y proyecto que no podremos cumplir por falta de recursos.
Y esto es solo un ejemplo. De ahí la importancia de comprender y efectuar el proceso del duelo, que abordaré en el siguiente artículo.
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@F_DeLasFuentes