Dr. Hector Zagal,
Profesor investigador de la Facultad de Filosofía
Universidad Panamericana
Sobre Circuito Interior, ahora llamado Circuito Bicentenario, frente al Teatro San Rafael, descansa uno de los vestigios más interesantes de la intervención estadounidense en México (1846-1848). La entrada reza “U.S. National Cemetery”. Lo crean o no, este cementerio es territorio estadounidense, así como la Embajada de Estados Unidos sobre avenida Reforma, y es administrado por la American Battle Monument Comission. Este terreno está bajo administración norteamericana hoy en día, y así ha sido desde 1851. ¿Les cuento la historia?
Todo empezó allá por la década de 1810, cuando Estados Unidos empezó a expandir su territorio hacia el sur y se topó con que el territorio de Texas, tan lejos de la activa capital mexicana, estaba bastante abandonado. A lo largo de los años, tratados más, tratados menos, se impusieron unos límites entre territorio mexicano y estadounidense. Pero para noviembre de 1835, parte de Texas era habitada por colonos norteamericanos dispuestos a rebelarse contra el gobierno mexicano.
Santa Anna se enteró de esto y se dirigió hacia Texas con casi 6 mil hombres. Aunque la victoria de El Álamo fue tajante (no hago apología de ella), la captura de Santa Anna y la firma de los Tratados de Velasco prepararon el terreno para lo que vendría después.
Para 1845, la presidencia de Estados Unidos era ocupada por James Knox Polk, un hombre decidido a anexarse el territorio de Texas. Polk, además, ofreció comprar el territorio entre los ríos Nueces y Bravo, además de Nuevo México y California. El gobierno mexicano rechazó la oferta. A Polk esto no les gustó nada y buscó provocar una guerra. Lo consiguió. En mayo de 1846 Estados Unidos declaró la guerra a México argumentando que la caballería mexicana mató a norteamericanos. Desde un inicio quedó claro que el ejército norteamericano estaba mejor preparado que el mexicano. El avance norteamericano hacia la capital no pudo ser detenido y si bien la defensa mexicana hizo su lucha, el 14 de septiembre de 1847 la bandera norteamericana ondeaba en Palacio Nacional. La pugna acabaría con la firma del Tratado Guadalupe Hidalgo el 2 de febrero de 1848.
Hablamos mucho del costo territorial de esta guerra y de los eventos obscuros alrededor de la venta del territorio. También conocemos algunos nombres de generales, batallones y cadetes que se enfrentaron a las tropas invasoras. Pero no hay un reconocimiento de todos los soldados que perdieron la vida en las batallas durante agosto y septiembre de 1847 en la capital mexicana. De las batallas de Padierna, Churubusco, Molino del Rey, Chapultepec y las garitas de la ciudad, el cementerio estadounidense sobre Circuito Interior hace honores a 750 soldados norteamericanos no identificados. Y hay nichos ocupados por los restos mortales de soldados que sí han sido reconocidos.
¿Dónde está el reconocimiento de nuestros soldados caídos? ¿En dónde habrán terminado sus cuerpos? ¿En una fosa cualquiera? ¿Olvidados a la intemperie como basura y alimento para perros? Ya no preguntemos dónde han quedado las guirnaldas de oliva ni el laurel de victoria para la Patria, sino dónde ha quedado el recuerdo de gloria y el sepulcro de honor para todos aquellos que dieron su vida defendiendo a México.
Que recordar estos años de guerra, de invasión, de sangre, sirva de reconocimiento a los héroes anónimos y caídos. Que la memoria sea un monumento intangible para los defensores de la patria.
Sapere aude! ¡Atrévete a saber!
@hzagal