El pasado 15 de septiembre, el presidente Andrés Manuel López Obrador introdujo dos menciones novedosas durante el 210 aniversario del histórico Grito de Dolores Hidalgo: “¡Viva el amor al prójimo!” y “¡Viva la esperanza en el porvenir!”. El sentido que guardan esas palabras engloba no sólo el profundo deseo de cumplir con la transformación que el pueblo mandata, sino la vía para poder lograr ese objetivo.
Para todas y todos los mexicanos queda claro que el presidente AMLO lleva en sus hombros la enorme responsabilidad de guiar a una nación durante uno de los momentos más difíciles de su historia. Primeramente, debido a la pandemia de Covid-19, que sin duda ha golpeado duramente la vida de las familias y, seguidamente, por llevar a cabo un cambio institucional y pacífico como nunca antes se había visto.
Durante las tres grandes transformaciones de la vida pública nacional anteriores, fue necesaria la violencia organizada del pueblo, harto de injusticias, para derrocar al virreinato, al conservadurismo y al porfiriato, respectivamente. El presidente López Obrador tiene el gran mérito de haber organizado un movimiento pacífico con los mismos ideales, pero sin derramamiento de sangre, con una valentía y una determinación que son ejemplo moral para el país.
El jefe del Estado mexicano es un hombre con gran visión, que alcanza a comprender la política fuera de los vicios con la que llegó a confundirse. Él mismo afirma que no alberga odio contra sus adversarios, a quienes no considera enemigos, ni emprende persecuciones, como durante mucho tiempo se hizo impunemente. Hoy la lucha es ideológica, pero no por ello menos importante. Tenemos la obligación de vencer las resistencias al cambio, que se niegan a perder los privilegios que lograron andando la ruta de la corrupción y a través del delito.
El conservadurismo moderno está moralmente derrotado: ha perdido toda credibilidad y legitimidad ante la mirada pública. En los últimos años, la ciudadanía ha tenido un notable crecimiento político; nos hemos hecho conscientes de la fuerza que tenemos en la unidad, y sabemos que la soberanía en verdad reside en el pueblo.
Ya no nos conformamos con pensar que la corrupción es parte de nuestra cultura; sabemos que es un delito grave y vergonzoso que debemos erradicar. El martes pasado, el Presidente también dedicó un viva a la grandeza cultural de México, que está basada, desde tiempos ancestrales, en principios éticos y valores espirituales.
El amor al prójimo, que para la sociedad es algo tan benéfico como necesario, es un valor en el que se funda todo servicio, y que en la vida pública deriva en cooperación, desarrollo y paz, algunas de las grandes necesidades de la actualidad, pues hace falta frenar las inercias del pasado, que generan división y violencia.
Tenemos esperanza en el porvenir porque hoy estamos trabajando por la Cuarta Transformación. Estamos sentando las bases de una sociedad pacífica, con una economía moral en la que no se margine ni discrimine a nadie; en la que mujeres y niñas vivan libres y seguras; con educación y salud para todas y todos; una sociedad incluyente, en la que las mayorías no se impongan a las minorías ni viceversa, sino que sea el bien común la guía hacia el futuro.
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