Durante las décadas de neoliberalismo y falsa democracia en México, caracterizadas por fraudes electorales y profunda corrupción, el discurso oficial estaba completamente desligado de la realidad cotidiana de la sociedad. Quienes defendían el statu quo pretendían con palabras justificar lo injustificable: el robo constante y sistemático de recursos públicos para amasar fortunas privadas.

Pero como todo por servir se acaba, el modelo neoliberal se agotó. Según han manifestado expertos como Manuel Escudero, asesor especial de Naciones Unidas, entre las principales causas de que este modelo sea caduco se encuentran la precarización de las y los trabajadores, el aumento exacerbado de la desigualdad y el endeudamiento, que provoca severos problemas financieros.

Para México este agotamiento económico coincidió con el hartazgo político de las mayorías perjudicadas por ese modelo, que dio como resultado el contundente triunfo de un proyecto alternativo de nación, encabezado por Andrés Manuel López Obrador como guía moral y como Presidente de la República.

Ante este nuevo escenario, el discurso que antes todo lo justificaba, ahora todo lo descalifica. Es la misma voz irreflexiva que nos decía que íbamos bien, mientras se llenaba los bolsillos desmantelando al Estado, la que ahora emprende una campaña para intentar boicotear la administración del presidente AMLO e impedir la transformación de nuestra vida pública.

Éstas son las resistencias que debemos vencer teniendo sumo cuidado de no caer en el círculo vicioso de las descalificaciones, pero tampoco en la ingenuidad de los falsos debates.

Los tiempos de cambio que actualmente vivimos nos exigen gran apertura al diálogo, pero absoluta definición política, que principalmente se base en los valores democráticos que guían la transformación. Para ello es indispensable la tolerancia de todas las expresiones políticas, pero no así de la intolerancia.

Siguiendo al filósofo Karl Popper, la tolerancia es un principio de la ética humanista, pero ésta se circunscribe a “todos los que no son intolerantes”, pues considera con razón que la tolerancia extendida hacia las tropelías de quienes son intolerantes puede poner en riesgo a la sociedad y acabar con la misma tolerancia. Lo que se conoce como la paradoja de la tolerancia.

No podemos tolerar, pues, expresiones que inciten al odio, la violencia, el rechazo, la burla, la injuria, la persecución o la exclusión, como establece la Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación. Las manifestaciones de una minoría contra el presidente López Obrador, expresadas en pancartas clasistas y ofensivas, no pueden ser toleradas en el debate público. La idea de que hay personas de primera y de segunda no puede volver jamás a instalarse en la sociedad, en la política y mucho menos en la administración pública.

Especialmente con el proceso electoral 2020-2021 en puerta, debemos estar en guardia contra los discursos discriminatorios, racistas o de corte fascista que desde la derecha puedan aparecen como parte de la resistencia al cambio. Los principales enemigos por vencer en el terreno ideológico son la hipocresía de quienes falsamente enarbolan causas sociales, el cinismo de quienes añoran el viejo régimen, y la intolerancia de quienes repudian la democracia, la razón y la concordia.

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