Ha cerrado el mercado de fichajes más particular que el futbol europeo haya visto en tiempos contemporáneos.
Particular, ya de entrada, por las fechas: un cierre de registros que solía ser en agosto, ha llegado hasta la primera semana de octubre. Sin embargo, lo que lo ha hecho incluso más inédita esta ventana de transferencias ha sido lo poco que se movieron las compras y ventas de alto perfil.
Tan deteriorada se encuentra la economía de los principales equipos de futbol en un año de severo impacto por la pandemia, que clubes como Real Madrid y Barcelona han hasta pagado por deprenderse de algunos de sus otrora cracks como Gareth Bale en el caso merengue o Luis Suárez en el blaugrana. Si en 2018 estos futbolistas hubiesen sido colocados en el mercado, es factible que cada cuál habría sido negociado hasta por cien millones de euros. Lejos de esa dinámica, ahora Bale jugará en el Tottenham recibiendo parte de su sueldo desde España (sí, el Madrid le pagará sin tenerlo con tal de quitárselo de encima), al tiempo que Suárez recibió tanto un finiquito de su contrato como la prerrogativa de marcharse casi gratis a un rival directo del Barça como lo es el Atlético.
Sirva eso como resumen del estado actual de la industria del futbol. Y si no, reparar en qué nombres de relevancia se han movido de club durante el último verano. La realidad es que pocos, casi todos en la Premier. El prometedor Timo Werner al Chelsea, el desempleado Edinson Cavani llegando de último instante al United (sin que se abonara traspaso), el ex colchonero Thomas saltando al Arsenal, Thiago Alcántara al Liverpool por una bicoca (al estar próximo a finalizar contrato con el Bayern), James Rodríguez al Everton (otro al que el Madrid llevaba buen rato buscándole novia).
Al menos en el estricto papel, los tres gigantes españoles acceden a la nueva campaña más débiles de lo que eran al cerrar la anterior. La portada del diario As nos ha recordado que desde 1980 el Madrid no pasaba un verano sin adquisiciones, plantel sólo apuntalado por la recuperación de jóvenes cedidos como Odegaard o Lunin. Si en el teatro del absurdo se vive Esperando a Godot, en el Bernabéu se espera desde 2017 a Kilyan Mbappé. En aquel momento los blancos cometieron la imprudencia de no cerrar un fichaje que ya tenían cerrado, permitiendo que el París Saint Germain les arrebatara al joven francés. Desde entonces viven enredados entre la nostalgia de lo que pudo ser y la ansiedad de que pronto sea con las finanzas blancas eliminando derroches para posibilitarlo.
A como pinta esta temporada, sin visos de que se regularice el ingreso de aficionados a las gradas o de volver a tener estadios llenos de aquí a un buen rato, la austeridad ha mandado.
La burbuja del futbol en la que 40 millones de euros dejaron de ser dinero, antaño tan inflada por jeques y oligarcas, ha sido pinchada. La culpa es del covid-19.
Twitter/albertolati