Por: Christa Ramírez de Aguilar
Las paredes de la sede de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), en la calle República de Cuba, son testigos de la lucha por un cambio.
Dentro de esas paredes retumban las voces de más de 50 mujeres que forman parte del llamado Bloque Negro, que busca justicia ante las agresiones que han padecido, así como legalizar la mariguana y derrotar el patriarcado, según narran ellas mismas.
Las instalaciones fueron tomadas el 3 de septiembre pasado. Ahora, la calle está casi desierta, el 7 de octubre pasado sólo tres vendedores ambulantes y el nuevo refugio resaltaban, este último decorado con pancartas, telas, letreros, listones y grafitis
retratando el propósito de este movimiento feminista.
El acceso al edificio está restringido. Al interior se observan murales que reflejan el dolor y la desesperación de esta lucha. Cada pancarta y letrero expresan un sentimiento de fuerza y protección, y se mezcla con aroma a mariguana y la energía de quienes ahí se encuentran.
Esa tarde se desarrollaba un foro sobre la legalización de la cannabis, que fue impartido por dos jóvenes ajenas al Bloque Negro.
Más de 30 mujeres y cinco hombres escuchaban entre otros aspectos, la importancia de regular el consumo para evitar que las mujeres sean víctimas del narcotráfico.
Bajo el lema “tenemos que destruir todo para poder volver a construir” realizan marchas y distintas acciones.
Entre las historias que hay ahí dentro están las de Tabasco y Girasol, quienes se dicen víctimas del patriarcado, y se han sentido amenazadas al caminar por las calles de sus ciudades.
A ellas se suma Erika Martínez, quien desde hace dos años busca justicia para su hija Judith, de 9 años, quien fue violada por el hermano de su pareja.
La mujer conoció el Bloque Negro en una marcha para legalizar el aborto. Ahora, como parte de los trabajos por la toma de la CNDH, el próximo 14 de octubre tiene cita en la Fiscalía de la CDMX para continuar con la denuncia de su caso.
“Es aterrador pensar que la sociedad se ofende más por unos cuadros, qué por la violación de una niña de 7 años, que el Gobierno decidió pasar por alto”, comparte Érika, dentro del refugio.
El lugar se encuentra constantemente animado por los gritos y risas de niños y las más de 50 personas -entre ellos seis hombres- que habitan el lugar; además de música ambiental.
En una habitación pequeña con archiveros -que pudo ser una oficina cuando la CNDH estaba en funciones- K y Z comparten sus historias.
Sus camas consisten en delgadas colchonetas y unas cuantas cobijas para protegerse del frío. Ambas, cuentan, venían de hogares machistas donde denunciar a sus agresores no era una opción, pues sentían que serían juzgadas.
De acuerdo al relato de Z, ella fue convencida por una expareja de prostituirse a los 15 años. Y K fue abusada por su exnovio a los 14 años, además, en enero sufrió una violación por parte de una persona transgénero.
Así, las paredes de la CNDH se han convertido en lienzos llenos de historias y frases como: “nos quisieron quemar y nos volvimos fuego”, “nos quitaron tanto, que hasta el miedo se llevaron”, “la lucha no tiene nombre ni rostro”, “ni una menos”, “justicia para Dalia”, entre otras.
Y justo ahí, al fondo de un pasillo, arrinconados se encontraban los retratos de Benito Juárez y José María Morelos intervenidos.
AR