Profesor de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana
¿A dónde van los muertos? La vida está llena de contradicciones e incertidumbres, pero hay una sentencia que se erige alta y firme ante nosotros: todos moriremos algún día. Tarde o temprano, tras una larga enfermedad o en un abrir y cerrar de ojos, nuestra vida llegará a su fin. No habiendo duda sobre ese hecho, lo único que nos queda por preguntarnos son dos cosas: cómo vivir antes de morir y qué será de nosotros después de la muerte. Esta última duda supone una persistencia una vez terminada la vida. Si creemos que al morir no hay nada más, no tendrían sentido imaginar un después.
¿Acaso morir es un nacer a otra vida? ¿Una como ésta? ¿O será una vida distinta? ¿Es la vida un sueño del cual la muerte nos despierta? Todas estas preguntas tienen un anhelo detrás: seguir existiendo. Podemos creer que pasamos a formar parte de algo más grande, una suerte de unidad en la que nos fundimos y perdemos, o que persistimos de manera individual en otro plano. Sea cual sea el caso, suponemos un después, un algo más, como si el final de la vida no fuera más que una antesala. Es difícil no imaginar las posibilidades. La cuestión es tan importante y esencial a nuestra vida que no vislumbrar unos cuantos escenarios se antoja antinatural.
Quienes han escrito sobre la existencia después de la muerte, por lo general hablan de un alma que persiste separada del cuerpo. Como si fuésemos un ser dual, compuesto por una parte material y otra espiritual. El cuerpo sufre cambios, cede ante las inclemencias del tiempo y de la enfermedad, se descompone, se vuelve polvo. El alma, en cambio, no sufre corrupción alguna. Algo así se imaginaba Sócrates que era el alma. Al menos así lo expone Platón en su diálogo “Fedón”, donde narra los últimos momentos de la vida de Sócrates antes de cumplir con su sentencia de muerte. En este diálogo, los amigos de Sócrates lo han visitado horas antes de que beba una copa de cicuta. Preocupados por el destino de su maestro, se sorprenden al verlo tan calmado y de buen humor. Tras cuestionarlo, Sócrates les confiesa que si su ánimo no está perturbado es porque cree firmemente en que al morir irá con los dioses y se encontrará con personajes ilustres del pasado. Pero sus amigos le piden que exponga sus razones para tener tal confianza. El diálogo se aboca en mostrar que el alma es inmortal.
Los argumentos de Sócrates son esperanzadores, pero frágiles. ¿Qué es el alma? Sin poder percibirla con nuestros sentidos, cuesta trabajo aceptar que exista algo similar a ella. Sin embargo, no han sido pocos los hombres de ciencia, de hechos y de demostraciones, que han querido buscar una prueba de su existencia. Este es el caso del médico Duncan MacDougall. En 1907 publicó un estudio titulado “Hipótesis sobre la sustancia del alma junto con la evidencia experimental de la existencia de dicha sustancia”. MacDougall trabajó varios años en un hospital con enfermos de tuberculosis. La muerte, podrán imaginarse, estaba presente todos los días. En ese hospital se guardaba una báscula de plataforma, un aparato que podía pesar con gran precisión objetos de grandes proporciones. Tras saber de esta báscula, la curiosidad de MacDougall lo llevó a investigar si, al morir, el peso de una persona se vería alterado. Junto con un equipo de médicos del mismo hospital, MacDougall pesó a algunas personas antes y después de morir y descubrió que perdían, en promedio, 21 gramos. Su investigación es bastante débil; sólo pesó a 6 personas y sólo el resultado de 4 de ellas es confiable. Sin embargo, podrán imaginarse que muchos corrieron el rumor de que un médico había dado con el peso del alma humana: 21 gramos. Tal fue el impacto de la noticia que aún hoy se cree de manera popular que esos 21 gramos perdidos son los del alma que deja el cuerpo. Investigaciones posteriores desmienten esta esperanzadora conclusión; los procesos del cuerpo humano en descomposición están detrás de alteraciones físicas como el peso.
Sea como sea, la duda se mantiene; nos seguimos preguntando a dónde van esos 21 gramos.
Sapere aude! ¡Atrévete a saber!
@hzagal