La pesadilla del coronavirus en el mundo se agrava si los países son del norte o del sur, si son orientales u occidentales y si a la cabeza tienen a un mandatario populista.
Europa falló en su diagnóstico inicial de la pandemia. Para cuando ordenaron el confinamiento, la Covid-19 ya había permeado en sus sociedades.
Estados Unidos, otro de los países que no supo reaccionar a tiempo, veía también incrementarse las cifras de contagio y de muertes por el virus SARS-CoV-2 de forma acelerada.
Las economías se derrumbaban, los mercados marcaban mínimos históricos, el petróleo perdía su valor, a la par que aumentaba el número de muertos.
En México, la combinación del impacto global más la necedad del Gobierno local de dejar a su suerte a los agentes económicos, provocó que conociéramos por primera vez en nuestra historia una paridad peso dólar por arriba de los 25 por unidad. Mientras que las autoridades responsables de la salud pronosticaban pocos casos y pocos muertos.
Ese fue el primer impacto en el mundo, pero desde entonces, había la advertencia de que tan pronto como descendieran las temperaturas en el hemisferio norte del planeta se podrían dar rebrotes de la enfermedad.
Fue entonces cuando el mundo quedó marcado en cuadrantes. El norte y el sur, con sus cambios de estación. Pero también el oriente y el occidente con sus culturas disímbolas.
En el oriente, los chinos usaron como su arma principal contra la Covid-19 la ausencia total de democracia en su territorio. Confinamientos obligatorios, castigos incluso exagerados para los infractores y un control férreo de la movilidad de su población.
El resultado es que pudieron controlar el virus a grado tal que los amantes de las teorías de la conspiración se han dado vuelo con la historia de que el país de origen de la pandemia es el único que hoy tiene actividades casi normales y con aspiración a tener crecimiento económico.
Pero más allá de que los chinos gobiernan la vida misma de sus habitantes, hay un factor cultural. Corea del Sur, Vietnam, Singapur, Indonesia, en fin, países de la región, con desarrollos económicos muy diferentes y con sistemas políticos incluso opuestos, han logrado controlar la enfermedad.
Pero el occidente no. Europa, donde privan las democracias, no pudo controlar la salida desatrampada de sus ciudadanos en sus procesos de desconfinamiento. Si el permiso era unos pocos en el restaurante, la realidad fue bares abarrotados. Si había opción de reuniones de diez personas con sana distancia, la libertad de movilidad dio paso a fiestas multitudinarias, todos juntos y sin protección. Esa Europa, hoy, está de vuelta en la crisis de la pandemia.
Estados Unidos, con la baja calidad ética de su Presidente, nunca se tomó en serio la pandemia. El mensaje siempre fue que importaba más la economía que la salud. Y todo en año electoral.
Y de los populismos latinoamericanos, ni hablar. Brasil y su Jair Bolsonaro son un territorio de muerte y enfermedad. Y México y su 4T que además de esconder las cifras de la enfermedad, es la fecha en que rechaza el uso obligatorio del cubrebocas y considera que limitar la movilidad social implica un daño político a su movimiento.
@campossuarez