Alonso Tamez

En una carta del 10 mayo de 1789, el primer presidente estadounidense, George Washington, con apenas 11 días en el cargo, le dijo a quien eventualmente sería su sucesor ocho años después, el vicepresidente John Adams, que un presidente de los Estados Unidos debe mantener la dignidad del cargo, antes que cualquier otra cosa.

En esencia, Washington se refería a proteger la influencia de una oficina que tenía todo por ganar, y que a inicios del s. XX se convertiría en la más poderosa del mundo. Porque es cierto: la dignidad y la influencia van de la mano. Y desde 2016, los Estados Unidos han perdido influencia por la falta de un líder digno, que inspire confianza.

Según una encuesta hecha por Pew Research en 13 países, la imagen de nuestro vecino del norte ha caído desde 2016-2017, particularmente entre sus aliados y socios clave como Canadá, Francia, Alemania, Reino Unido, Japón y Australia (https://pewrsr.ch/3kP9iwW). Y esto, obviamente, también ha ocurrido en México (https://pewrsr.ch/35Sg6DP), según otro estudio de la misma casa. Si asumimos que la confianza es parte crucial para la creación y conservación de poder, entonces Trump ha hecho de los Estados Unidos un país menos poderoso.

En defensa de nuestro vecinos, en 2016 los estadounidenses realmente no sabían qué esperar con Trump en el cargo. Pero ahora ya lo saben; ya no hay excusas. Su reelección sería dar luz verde a las mentiras desde el poder; al uso faccioso de las instituciones; al nepotismo; al aprovechamiento de un cargo público para fines personales; al racismo disimulado y al explícito; y al populismo. En otras palabras, a la división permanente.

Y es que hay algo profundamente personal en esta elección, aunque estemos hablando de otro país. En la boleta electoral de nuestros vecinos se plasman dos formas de entender la política, el poder, y el mundo. Una que capitaliza la división y el miedo, que promueve el gobierno personalizado, y que piensa que la evidencia es opcional. Y otra que estrecha la mano al otro bando, que busca expandir derechos, y que escucha a los expertos.

Por eso es que yo, como el 51% de los mexicanos según El Financiero (https://bit.ly/388tBBU), quiero que Joe Biden gane la presidencia este 3 de noviembre, contra ese 15% de nosotros que, por alguna extraña razón, quiere ver a Trump en la Casa Blanca por cuatro años más.

Los Estados Unidos, y el mundo, necesitan la calma y el pragmatismo de Joe Biden, y no la rabia y la ignorancia de Donald Trump. El exsenador demócrata no es perfecto, ni cerca. Pero sí ofrece acelerar la transición energética; imponer impuestos más altos a los multimillonarios; aumentar el salario mínimo a 15 dólares la hora en un país que claramente puede costearlo; ampliar el sistema de salud que Trump quiere pulverizar; inyectar entre 2 y 4.2 trillones de dólares para reactivar su economía (lo que ayudaría a México); legalizar a los millones de hijos de inmigrantes ilegales, también conocidos como “Dreamers”; y no insultar a los principales aliados de su país.

En pocas palabras, un triunfo de Biden ayudará a recuperar la dignidad de la presidencia, tal y como pedía el general George Washington hace 231 años.

@AlonsoTamez