En su infructuosa campaña de reelección, Donald Trump advirtió repetidamente que una victoria de Joe Biden sería un triunfo de China, que “sería la dueña de Estados Unidos”.
A pesar de la retórica, hay poco que sugiera que Pekín encontrará en Biden una alternativa débil a Trump, quien cambió dramáticamente la narrativa estadounidense para enfrentar a la segunda economía más grande del mundo en su último año en el poder.
Incluso antes de que Trump asumiera el cargo, el último Gobierno demócrata del presidente Barack Obama y el entonces vicepresidente Biden había endurecido significativamente su actitud hacia China.
Después de los esfuerzos iniciales para negociar con Pekín, el gobierno de Trump llevó esto más lejos, presionando con fuerza contra los intentos de China para extender su influencia mundial, ganándose algunos elogios de asesores de Biden, a pesar de una campaña electoral muy reñida.
Biden no ha presentado una estrategia detallada para China, pero todo indica que continuará con un enfoque duro.
Los diplomáticos, analistas y exfuncionarios que asesoraron a la campaña de Biden, sin embargo, esperan un tono más mesurado después de las amenazas de Trump, y un énfasis en la “competencia estratégica” en lugar de la confrontación directa.
Dicho esto, Biden a veces ha ido más lejos que el presidente saliente en sus ataques a China.
Se ha referido al líder chino Xi Jinping como un “matón” y ha prometido liderar una campaña internacional para “presionar, aislar y castigar a China”. Su campaña también ha calificado las acciones de Pekín contra los musulmanes en Xinjiang de “genocidio”, un paso más adelante que la política actual, con importantes implicaciones si esa designación se formaliza.
“Estados Unidos tiene que ser duro con China”, dijo Biden en un artículo publicado en marzo, “la manera más eficaz de enfrentar ese desafío es construir un frente unido de aliados”.
LEG