Ya sabemos que este año la economía mexicana habrá de tener la caída más importante de su Producto Interno Bruto desde la recesión de los años 30 del siglo pasado.

Solo estamos por conocer si se validan los pronósticos más pesimistas de un derrumbe de dos dígitos, o si tras el piso alcanzado al cierre del segundo trimestre del año es posible tener una baja más cercana al -8.5% que estima la Secretaría de Hacienda.

Como sea, serán números terribles y debemos esperar una recuperación económica lenta en los años por venir.

Por lo demás, no deberíamos esperar más sorpresas en otros indicadores en lo que resta del año. Quizá, el foco amarillo, la atención, deberíamos ponerla al comportamiento de la inflación.

La inflación general se ha mantenido fuera del rango que el Banco de México acepta como meta permanente, del 3%, más-menos un punto porcentual.

Y en especial, los precios de los productos alimenticios, tanto de temporada como de producción regular, han elevado sus precios dos o tres veces la inflación general.

En general, las mercancías suben sus precios de manera más acelerada que los servicios. En buena medida porque en medio de las medidas sanitarias por la pandemia de Covid-19, las mercancías son más accesibles que muchos servicios al consumidor.

Pero los productos alimenticios constituyen un factor de atención importante, porque la disponibilidad de ingreso de muchos sectores se ha disminuido de forma notable con la crisis económica, derivada de la crisis sanitaria.

En episodios anteriores en que los precios de determinados productos alimenticios han tenido incrementos derivados de burbujas especulativas, han funcionado los mecanismos de auto regulación.

La política monetaria tiene un alcance limitado en el control de ciertas burbujas especulativas, sobre todo cuando éstas son muy específicas.

Por ejemplo, con la tortilla. Las cadenas comerciales han jugado un papel de anclaje ante la colusión que otros distribuidores habían intentado con el precio de este alimento.

Sí hemos visto episodios en los que determinados comerciantes se ponen de acuerdo para elevar un precio de manera artificial, pero otros participantes del mercado hacen ver que se mantienen fuera de ese juego y ganan mercado con precios más bajos.

Se han dado episodios similares con otros productos, en especial alimenticios y las fuerzas del mercado han respondido en esa regulación de precios. Entre los casos más recientes, vimos burbujas especulativas con el precio del pollo que el mercado pudo auto regular.

Pero estamos en tiempos en donde la falta de pericia de las autoridades y el exceso de un pensamiento dogmático, pueden provocar que un episodio especulativo mediano pueda derivar en un decreto de control de precios.

El caos en el mercado que sea castigado con un control de precios, como los del siglo pasado, sería descomunal. Y desafortunadamente no es algo que podamos descartar en estos tiempos en que el sentido común se tomó un sexenio sabático.

                                                                                                            @campossuarez