La pandemia del Covid-19 cambió al mundo. Hay un antes y un después en todo, notablemente en la economía.
Cualquier plan previo al contagio mundial con el virus SARS-CoV-2 quedó frustrado. Pero al mismo tiempo, la enfermedad es el pretexto perfecto para argumentar por qué no se podrá cumplir con todo lo prometido.
Con las metas anteriores frustradas, la primera obligación de cualquier país era administrar de forma adecuada la emergencia sanitaria. Era mantener con vida a sus ciudadanos para aspirar después a una recuperación económica.
Se podrían, con la pandemia, hasta justificar los tropiezos económicos del Gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, lo que no hay manera de entender es la impericia para manejar los propios efectos de la enfermedad entre los mexicanos.
Si hoy iniciara el tercer año de Gobierno de la 4T con una estrategia clara para procurar la recuperación económica, una vez que una posible vacuna lo permita, podría hasta obviarse la realidad de que el Producto Interno Bruto (PIB) de México tuvo cuatro trimestres consecutivos de caída antes de la declaratoria de la emergencia sanitaria.
Pero no lo hay. La visión gubernamental al cierre de este segundo año de Gobierno es la misma que al inicio de la administración. Es más, es el mismo enfoque de las campañas presidenciales, sin modificación en una sola coma, como si no existiera una pandemia que lo cambió todo.
Dos años después… la culpa sigue siendo de los regímenes neoliberales. Porque dos años después, López Obrador mantiene la retórica de un opositor, quien puede darse el lujo de ver las cosas desde el exterior del poder.
Estamos, una vez más, ante la oportunidad perdida de aceptar las consecuencias de las malas decisiones internas y los efectos inevitables de la pandemia, para recomponer el camino y empezar el año tres con un escenario congruente, viable y lógico para lograr la recuperación económica.
Pero no, el cierre del año dos de la 4T es el refrendo del Tren Maya, de la inútil refinería de los terrenos inundados de Tabasco, de la estrategia de espantar a los capitales privados para privilegiar un esquema estatista totalmente inviable.
Es haber transitado ya la tercera parte del plazo pactado de un sexenio y seguir responsabilizando de todos los males presentes y futuros, al pasado.
Es más importante para esta administración que se lleve a cabo una consulta tan inútil como cara para preguntar a los ciudadanos si se tiene que aplicar la Ley a expresidentes, que dar seguimiento a los proyectos de inversión que van más allá de los elefantes blancos de infraestructura.
Ayer se presentó un nuevo plan de infraestructura, que es una copia de las presentaciones anteriores, donde hay un discurso de una buena relación Gobierno-empresas, pero hay una realidad de desconfianza y desprecio.
Dos años pues de un mal manejo económico, de un mal manejo de la pandemia y de una ausencia de autocrítica gubernamental que permita recomponer el rumbo para lo que resta de este Gobierno.
@campossuarez