Unos 200 trabajadores de 27 nacionalidades construyen en la costa del océano Pacífico de Costa Rica un velero híbrido inspirado en barcos finlandeses antiguos, con la esperanza de demostrar que en el siglo XXI es posible transportar mercancías sin contaminar el ambiente.
Su sueño es lanzar pronto a las aguas “el barco de carga limpio más grande del mundo”, como lo describe la empresa Sailcargo Inc en su portal de internet, buscando provocar cambios en la industria naviera mundial desde el país centroamericano sin tradición de astilleros.
Según el diseño, hecho por un arquitecto naval holandés, la embarcación de tres mástiles moverá hasta 350 toneladas de carga con la fuerza del viento complementada por motores eléctricos alimentados con energía solar.
Más allá del ecologismo romántico, de un experimento multicultural o del gusto por las maderas tropicales en la arquitectura naval moderna, la rentabilidad está en la mente de líderes y empleados jóvenes extranjeros o locales que trabajan desde 2018 en un ambiente de comuna.
“Una de las cosas más importantes es mostrar que es rentable, a la par de la sostenibilidad ambiental y social”, dijo a Reuters Danielle Doggett, directora general de la compañía, en medio del ajetreo de las obras junto al manglar de Punta Morales, una comunidad pesquera pobre ubicada en la provincia Puntarenas, 125 kilómetros al oeste de San José.
Doggett, capitana profesional de barco, fundó la empresa con su pareja, Lynx Guimond, aventurero y ebanista, ambos canadienses. Junto a un socio costarricense, pretenden terminar en 2021 el prototipo de barco ecológico bautizado Ceiba, como el árbol sagrado de los pueblos nativos centroamericanos.
El plan es ponerlo a operar en 2022 en rutas entre Canadá, Ecuador y Hawai para recuperar en seis años la inversión privada de 4.2 millones de dólares captados desde muchos países mediante una plataforma en línea.
Hay un valor en hacerlo en este país de reconocido liderazgo ambiental, dijo orgulloso el costarricense John Porras, cofundador y representante legal de Sailcargo Inc. “Queremos que sea un barco insignia, que lleve la bandera costarricense con productos que sí podrán comercializarse de verdad con el sello de ‘cero emisiones’ como café, cúrcuma, salmón, cebada y otros”.
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En medio de árboles y del sonido incesante de sierras, lijadoras y mazos en los talleres temporales, toma forma la estructura que llegará a medir 45 metros de largo con 33 de altura. La fabrican con madera de bosques secundarios, cultivada o de árboles caídos en una zona cercana, según la empresa.
“Casi todos los esfuerzos contra el cambio climático se hacen en tierra, pero el problema esta en los mares. Este buque es un prototipo para demostrar que se pueden hacer cargas limpias”, dijo Porras.
El sentido ambiental lo comparten las personas que aquí trabajan, como Yamileth Espino, una joven madre soltera del pueblo que llegó a la compañía para tareas de limpieza y ahora trabaja la madera.
“Yo le cuento a la gente que trabajo haciendo un barco y no me lo cree”, dijo de manera espontánea Espino, junto a un compañero australiano y otro estadounidense que vinieron para este proyecto reclutados desde sus países. “Les aclaro que es un barco que no contamina”.
ica