Mario Antonio Ramírez Barajas
“No hay lugar en el mundo en que un hombre pueda sentirse más contento que en un estadio de fútbol”
Albert Camus
Durante toda la temporada pasada del fútbol mexicano, se jugó sin espectadores, con los estadios vacíos y la ausencia del infaltable fanático responsable del ambiente y actor fundamental del teatro de la vida representado por jugadores, árbitro, asistentes y narradores del encuentro.
Regularmente asisto todos los domingos en los cuales el equipo del Toluca juega como local en la ya mítica “Bombonera”, por cierto, recientemente remodelada. Siempre me ha parecido un verdadero privilegio tener un espacio en este maravilloso recinto para disfrutar de un buen partido de fútbol.
En realidad, todo empieza muy temprano, siempre trato de llegar desde un par de horas antes para disfrutar del ambiente y los infaltables tacos de chorizo y de carnitas en todos los puestos instalados en la periferia del estadio. Ver arribar a las porras, su ambiente estruendoso y estrafalario, a familias enteras y la sensación de sentirse parte de un muy particular y exclusivo grupo social: hinchas de los “diablos rojos”.
Esta semana al releer un texto de Juan José Millás, entre sus líneas redescubrí la idea de que todos nos ponemos un disfraz distinto para transitar por la vida, a veces de esposo, funcionario, o hermano, por poner algunos ejemplos.
A mí me encanta disfrazarme de partidario de mi equipo favorito, cuando llego al Estadio no soy el único loco que hizo eso, somos muchos, como en una fiesta de disfraces donde todos asumen a la perfección su papel, gritan, celebran, lamentan, beben cerveza y todo esto en medio de un ambiente festivo, es como si esa falsa piel diera permiso de no ser uno mismo, bueno, lo eres y no, mientras tengas la vestimenta apropiada cualquier conducta relacionada con ella es socialmente aceptable, incluso los insultos, golpes y agresiones a todo aquel que lleve puesto el disfraz del rival en turno.
Entonces pienso en lo difícil de la vida del futbolista profesional ante la perspectiva de un estadio sin espectadores, tal y como Galeano decía: “un estadio sin hinchas es como ir a un baile sin música”, el día del juego se despierta con el disfraz de padre de familia, al ir en camino al estadio inicia su transformación, para eso son tantos rituales en los vestidores, se persigna, calza obsesivamente un zapato antes que otro, reza o en algunos casos se anuda incluso de un modo muy particular las agujetas de sus zapatos, es entonces cuando se transfigura el padre y esposo amoroso para asumir el rol de su disfraz y se transmuta tal vez un violento defensa o el líder indiscutido en la cancha. Pero el baile esta vez ha sido sin la música de los aficionados.
En realidad el jugador construye su metamorfosis desde el momento de iniciar el trabajo previo al partido, normalmente salen a hacer los ejercicios de calentamiento ante la algarabía de todos los presentes, quienes empiezan a hacer imaginariamente su propia alineación y a especular sobre cómo se desenvolverá el encuentro de ese día. Da principio al acto de comunión y comunicación entre el jugador y el aficionado.
Cuando un equipo juega de local, creo en realidad la diferencia la hace el público asistente, para un conjunto de profesionales debería ser lo mismo jugar en un campo o en otro, sin embargo, el peso del ánimo de los aficionados, el afecto manifiesto hacia algunos jugadores en particular y la presión hacia el equipo contrario y el árbitro, inevitablemente hacen su trabajo para permitirle alguna pequeña ventaja al equipo de casa.
En estos tiempos de pandemia esa ventaja es inexistente, esto ha hecho que se muestre de una manera más clara el verdadero nivel de juego de nuestro fútbol profesional. Inestable, inconsistente y sin grandes figuras o equipos dignos de ser orgullo y ejemplo para sus aficionados.
Cuando retornen al estadio los espectadores y lo propongo como un pequeño ejercicio mental, tal vez valdría la pena, nos quedáramos huérfanos, pero de los directivos, sería una orfandad seguramente celebrada y disfrutada. Me imagino pedirles: señores directivos, por favor sigan en cuarentena, así probablemente nuestro fútbol profesional alcance la mayoría de edad sano, vigoroso y limpio.
Tengo una profunda preocupación por la gran cantidad de personas afectadas por esta reclusión y su vida económica depende de estar ahí, en los alrededores de la “Bombonera”, vendiendo alimentos, suvenires, fotografías y cualquier producto relacionado con el juego. Deben estar pasando tiempos particularmente difíciles, para ellos no es sólo un partido de fútbol es una importante fuente de ingresos para su familia.
Sí, en realidad me gustaría regresar muy pronto para poder darle su propina al cuidador del lugar donde me estaciono, al encargado del local donde siempre paramos a comer un poco antes del juego, a las personas que dentro del estadio siempre están listas para atender la solicitud de cualquier bebida en medio de los gritos de la multitud.
Lo mejor que podemos hacer es estar ahí en cuanto la situación sanitaria lo permita, simplemente es un necesario gesto de solidaridad.
Visité el estadio, sólo, sin la multitud compañera anónima. parece ansioso de que regresemos todos a visitarlo.
En esas instalaciones hoy, ya hay latentes hechos que no han ocurrido con personas que no han llegado.
Ya pasarán, ya llegarán.
*Doctor en Administración Publica por la Universidad Anáhuac y presidente de la Federación Nacional de Ajedrez de México (FENAMAC).