Pues sí: El Presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, el que repite que es necesario cuidar la investidura, usó una de sus conferencias de la mañana para exhibir una caricatura que quiere denigrar a Joaquín López Dóriga. ¿Caricatura de quién? De Hernández, el de La Jornada.

He leído aquí y allá que con ese performance las mañaneras tocaron fondo. Estoy de acuerdo, por supuesto, en que es difícil bajar más el nivel, pero –al margen de que si algo hemos aprendido es que la caída, hoy y aquí, siempre puede ser infinita, con lo que esa afirmación es demasiado optimista–, creo que se equivocan sustancialmente. Porque si el éxito es alcanzar las metas que te planteaste, las mañaneras son, por el contrario, un éxito.

Lo son, primero, porque esto nunca se trató de emprender un “ejercicio único de rendición de cuentas”, sino al contrario: de hacerlo imposible. Rendir cuentas, sin entrar en detalles y con la monserga de meterse a los terrenos de obviedad, implica la supervisión de un tercero, no la propia, es decir: no pueden consistir en un monólogo ininterrumpido. Pero es que el punto fue siempre usar el púlpito para eludir esa rendición por la vía de ahogarla con mentiras, calumnias, descalificaciones y hasta insultos. De bajar el nivel.

  Tampoco es una “oportunidad desperdiciada de desarrollar un proyecto inédito de comunicación”, salvo que por comunicación entiendas “propaganda”. El Presidente nunca pretendió abrir las puertas a los medios para discutir democráticamente un proyecto de Gobierno. Lo que quiso fue o usar a los medios como altavoz o silenciarlos por completo, con ráfagas insultantes lanzadas desde la tribuna o conatos de amedrentamiento por parte de los del freak show sembrado en las sillas para prensa, abajo. Otra vez: bajar el nivel.

Vuelvo a mi punto: Las mañaneras son un éxito porque de lo que se trataba era de esto: de acompañar el fracaso de su gestión, que abarca la práctica totalidad de los aspectos sustanciales de la vida pública –vean los números en crecimiento de la pobreza, en inseguridad, en muertos por covid–, con todo el ruido posible, es decir, con una subida en los niveles de estridencia, una impudicia creciente, que ayude a evitar el análisis a fondo ya no para todos, sino para los tuyos; los incondicionales. La comunicación como un circuito cerrado. Se trataba, pues, de eso, bajar el nivel hasta desterrar la inteligencia. 

¿Qué te queda cuando destierras la inteligencia? Una caricatura como la de Hernández.

                                                                                                               

                                                                                                              @juliopatan09