Martha Hilda González Calderón
¿Estamos en una permanente despedida sin saber si será la última vez que vemos a las personas que queremos o estimamos? La vida se interrumpe sin ninguna consideración, a veces sin previo aviso. La muerte arranca la existencia de tajo. La vida es una bella mentira y la muerte es una triste verdad, como solía decir Francisco de Quevedo.
En estas últimas semanas, los mexicanos tan acostumbrados a reírnos de la muerte, nos hemos enfrentado de manera más cruda con ella. La epidemia nos ha arrancado amigos y familiares, dándonos múltiples lecciones de vida, pero también de muerte. Esto nos deja un amargo dolor, al pensar que ya no los volveremos a ver.
Este sentimiento de pérdida constante que difícilmente podemos creer, debiera ser motivo suficiente para observar de manera más disciplinada las medidas de prevención del contagio, para ser más empáticos en apoyar a aquellos que no tienen otras opciones y para ser más tajantes en el encierro requerido para poder salir adelante.
Pareciera que nos debatimos en esas máximas que se detallaban en la novela de George Orwell, “1984”: para salir, tenemos que encerrarnos. Desafortunadamente no tenemos muchas opciones. Sobreponernos a todos estos meses de confinamiento y acatar las medidas que se nos imponen, si realmente queremos salir adelante.
Una de las pérdidas que he lamentado más profundamente en estos últimos días, es la del notario Gabriel Ezeta Moll.
Gabo Ezeta –como le llamaban sus amigos- era parte de esa generación de toluqueños y toluqueñas de sólida formación, entre los que se cuentan a Juan Maccise, Julian Salazar, Laura Pavón, José Merino Mañón, cuya altura de miras había puesto al Estado de México, en un lugar preponderante en el entorno nacional. Proveniente de una de las familias más distinguidas de Toluca, por muchas generaciones, había impreso su huella en los distintos encargos que había ocupado.
En lo personal tuve el honor de conocerlo desde hace más de treinta años, cuando fue presidente del instituto político a nivel municipal. En aquel entonces Gabriel Ezeta era un hombre de edad mediana, precedido por el prestigio de haber sido el primer presidente municipal de Cuautitlán Izcalli –a la edad de 27 años-. Había tenido la visión de darle al recién creado municipio las bases para su desarrollo. Aportación permanentemente reconocida por los ediles subsecuentes, independientemente de su filiación política.
También tuvo el tino de haber impulsado la fundación de la Facultad de Ciencias Políticas y Administración Publica de la Universidad Autónoma del Estado de México, junto con otros académicos.
Era notario, siguiendo una tradición familiar de abogados respetables que había iniciado desde los primeros escribanos públicos en 1838 –como han apuntado las crónicas, a raíz de su inesperado fallecimiento-.
Fue sobrino de Remedios Albertina Ezeta Uribe –la licenciada Mellitos como se le conocía- una de las primeras abogadas, notarias y representantes populares que había dado el Estado de México. Ella era parte de esa línea familiar, cuyas mujeres se distinguían por romper los estereotipos imperantes en la época; pero además de este linaje, Gabriel Ezeta tenía y tuvo siempre un reconocimiento ganado a pulso, a través de muchos años de trabajo, dedicación y pasión por lo que hacía.
Provenía, efectivamente, de una familia fuera de serie. Su mamá tuvo que afrontar la viudez siendo muy joven; su familia lo reconoció de inmediato como cabeza de esta rama del clan; siempre mantuvo vivo el recuerdo enigmático de su padre ausente, don Gabriel Ezeta Orihuela, quien lo había dejado huérfano desde muy niño, pero que había influido en él para ser parte de un grupo importante de liberales de la capital del Estado de México.
Siempre fue de una charla fascinante. Recuerdo sus anécdotas. Como aquella cuando fue agente del ministerio público, junto con el líder transportista mexiquense, Axel García. Juntos participaron en el rodaje de la película de Luis Buñuel, “Los Olvidados”, en donde se les pedía detener a unos maleantes.
Sus crónicas deportivas de futbol americano “Potros Salvajes” de la Universidad Autónoma del Estado de México. Sus ideas para consolidar al equipo serían muy apreciadas por sus contemporáneos.
Con Gabriel Ezeta realicé mi primera incursión en política. De su mano, como diputada suplente por Toluca, conocí la idiosincrasia del pueblo otomí. Se sentaba con los líderes para escuchar la problemática particular de cada comunidad. Analizaba con detenimiento, cómo podían resolver los problemas comunitarios que les aquejaban. Siempre tenía ideas de avanzada para su época. Hacia alianzas con ellos y cultivaba su amistad.
Fue diputado local, cuando el Gobernador era Ignacio Pichardo Pagaza –también fallecido durante el 2020– con quien lo unía una añeja amistad que había iniciado desde el gobierno del profesor Carlos Hank González, en la Secretaria General de Gobierno.
Durante su periodo como diputado fue nombrado presidente de la Gran Comisión de la LI Legislatura local. Gracias a su brillante conducción legislativa se creó la Comisión Estatal de Derechos Humanos de la entidad, la Universidad Tecnológica “Fidel Velázquez” en el municipio de Nicolás Romero, entre otras instituciones.
Interesante es resaltar que fue la primera vez que no hubo una bancada mayoritaria en el congreso local mexiquense, el más grande del país. Aun así, fue histórico el porcentaje de iniciativas aprobadas por todas las fracciones parlamentarias
En lo personal, Gabriel Ezeta me dio la oportunidad para estudiar en el extranjero. Lo que inició como una coyuntura, se convirtió en mi proyecto de vida. Haber podido conocer las realidades de otros países y estudiar una maestría y parte de un doctorado en una universidad francesa, fue una de las oportunidades más importantes que pude haber aquilatado. Siempre le viví agradecida porque me permitió marcar los parámetros de lo que aspiraba para mi país.
¡Cuántas discusiones sobre temas relacionados al Estado de México tuve con él! Siempre me maravilló su aguda visión, sus conocimientos y su apasionamiento por los temas que abordaba. Combinaba su trabajo como notario con una participación permanente en los temas públicos del Estado de México.
Gabriel Ezeta fue un hombre de grandes causas. La problemática metropolitana, era tema permanente de sus pláticas. El haber podido madurar una legislación que regulara a la Zona Metropolitana del Valle de México había sido parte de las satisfacciones que atesoraba.
A últimas fechas, participaba en distintos proyectos de reformas constitucionales, donde el tema metropolitano también se hacía presente; así como moldeaba su compromiso social a través de distintos proyectos de la sociedad civil organizada.
Gabriel Ezeta fue un caballero de la política. Siempre imprimió a sus acciones altura de miras. Nunca fue de rencores –aunque no le pasaban desapercibidos los ataques de otros– pero siempre reaccionaba con paciencia y bonhomía.
Gabriel Ezeta fue un hombre de Estado. No dejaba que su visión se empañara por las coyunturas del momento. Emitía su juicio claro y contundente, a veces sin medir las consecuencias, lo que le llevó a ser, en ocasiones, tratado injustamente.
Siempre me conmovió que me diera trato de hermana menor. Para mí, él era mi Maestro y una de las personas que más habían influido en mi vida. Conservaré el recuerdo de su amistad generosa y las lecciones que su actividad profesional me dejó. Lo guardo como una de las mejores vivencias en el quehacer público.
Sobre todas las cosas, fue un hombre leal al Estado de México y a sus instituciones. Un hombre que dedicó su vida entera al servicio a los demás. Su voz nos va a hacer falta. Su consejo será siempre irremplazable. Descanse en paz, Maestro.
@Martha_Hilda