¿Por qué teníamos que creer en la misteriosa vacuna rusa solo por los dichos de ese país que ha sido capaz de mentir en los controles antidopaje de muchas generaciones de atletas olímpicos? Esa no era precisamente una buena carta de presentación de su honestidad.
¿Teníamos que confiar en la vacuna Sputnik V porque Hugo López-Gatell nos aseguraba que él tenía bajo su brazo un estudio que le habían dado en Argentina? ¿Cómo confiar en alguien que, sistemáticamente, ha mentido sobre la pandemia y de una forma tan descarada?.
No había pues una forma sensata de pedir a la opinión pública que cerrara los ojos y creyera en Vladimir Putin y en la 4T. Sobre todo, cuando la Sputnik Vaccine fue un repentino plan B del Gobierno mexicano, que además se convirtió en un instrumento de golpeteo político al interior del equipo del presidente López Obrador.
México forma parte de un bloque de países que tradicionalmente ha coordinado sus decisiones con los polos occidentales del mundo. En materia de medicamentos y sustancias sensibles, un aval mexicano pasa por la previa autorización de instituciones como la Food and Drug Administration (FDA) de los Estados Unidos o la Agencia Europea de Medicamentos.
O bien, en estos tiempos de aprobaciones de emergencia, es necesario tener el aval de alguna universidad reconocida o de una publicación del nivel de consagración de la revista británica The Lancet.
La presión del Gobierno ruso, a través de su embajada, hacia los críticos de su vacuna fue descomunal. Pero nada como la estrategia de la 4T, a través de los medios y las redes sociales, para presionar sobre la decisión que ya habían tomado de importar esta vacuna de manera masiva.
Hoy sabemos, por esa fuente inglesa, que, efectivamente como decían los rusos, su vacuna es confiable si se aplican correctamente las dos dosis diferenciadas de ella.
Pero mientras los rusos pueden darse ese aire soberbio de voltear y decir “se los dije”, desde las entrañas de la 4T mantienen un discurso de polarización y odio con el mismo tema de la vacuna rusa.
En la Sputnik V han encontrado un elemento más de división social. A partir de su recién ganada fama occidental buscan linchar a sus opositores y presentarla como la verdadera vacuna del pueblo, contra las opciones que prefieren los fifís.
Es el sello de la casa, sin duda, pero también pretende buscar el reposicionamiento de ese fracasado equipo que fue designado para controlar la pandemia y que debería hoy estar rindiendo cuentas ante la justicia.
Hizo muy mal el canciller Marcelo Ebrard en acuñar y repetir aquella frase de la “misión cumplida” cuando el mundo se disputa con avaricia las pocas vacunas disponibles, pero ese gran esfuerzo de la Secretaría de Relaciones Exteriores no puede ser regateado por personajes que, al interior del primer círculo presidencial, han demostrado ser tan malos científicos como políticos.
Y todo por la enorme presión que tienen de su jefe de cumplir con un calendario de vacunación que cuadre con las expectativas electorales del grupo en el poder.
@campossuarez