“Puso la mesa, sirvió la sopa, cambió pañales, sirvió los panes,
limpió de nuevo mesa y cocina y dio a Mercedes la medicina,
pidió su turno en los lavaderos, talló vestidos y pantalones,
miró la ropa tendida al sol, como si ayer no se hubiera hecho.
La misma friega todos los días, se caminaba de nuevo el trecho,
sintió la vida como prisión, se le escapaba todo lo hecho…”
Los versos de León Chávez Teixeiro cantados por Amparo Ochoa, una de las voces de protesta más importantes de México, que describía los deberes que las mujeres debían cubrir cotidianamente, en la reveladora canción: “La mujer: se va la vida compañera”.
Desde tiempos inmemoriales ha sido en el seno de las familias donde se han prodigado los cuidados materiales, económicos y afectivos a sus miembros más vulnerables –niños, niñas, enfermos, ancianas y ancianos- siendo las mujeres y las niñas a quienes tradicionalmente se les han asignado estos trabajos, casi en su totalidad.
Esta situación ha sido documentada en América Latina: la asequibilidad de las mujeres se ha visto limitada para dedicarse al cuidado de sus familias, por eso es que Berta Baquer ha calificado que “los cuidados se quedan en casa y tienen nombre de mujer”.
Entendemos a los cuidados como el conjunto de actividades que cubren las necesidades físicas y emocionales de personas que por sí solas no podrían cubrirlas. Estas actividades que permiten satisfacer las necesidades básicas de los miembros de una sociedad son de tal importancia que su ausencia comprometería la viabilidad de todo el conglomerado social. Consumen el tiempo de quien tiene que prestarlos y su invisibilidad ha provocado que no sean reconocidos.
De hecho, se ha establecido que si se les asignara un valor monetario, su monto ascendería a más de la tercera parte del PIB de muchos países.
Esta situación ha sido considerada injusta por razones que van desde el espacio donde se prestan hasta a quienes se han encargado de estas obligaciones de manera inequitativa.
La visión de que los cuidados son exclusivamente responsabilidad de las familias –y de ese núcleo sean las mujeres quienes lleven la parte más pesada- ha dejado al margen a actores esenciales como son aquellos quienes conforman lo que se ha llamado: “el diamante de los cuidados” es decir, el Estado, el sector privado, la comunidad, y los propios núcleos familiares. Todos corresponsables de interrelacionarse para proveer los servicios de cuidados a la población más vulnerable.
La Organización Internacional del Trabajo, OIT, a través del Convenio 156 y la Recomendación 165, establecen que la principal responsabilidad es de los Estados. En primer lugar, para determinar quiénes deben ser los beneficiarios en la prestación de los servicios de cuidados, y quienes además, tienen que cubrir económicamente su prestación. En segundo lugar, es el principal proveedor de los servicios de guarderías, escuelas de tiempo completo y la atención a adultos mayores, enfermos y personas con discapacidad.
También se ha considerado que su prestación es inequitativa, pues en el ámbito privado, hay familias que pueden solventar el tener ayuda de trabajadoras del hogar o guarderías, en su caso; que permitan cubrir los requerimientos de cuidados para aquellos que tienen la necesidad de recibirlos. Mientras que otras familias –de menores ingresos- tienen que cubrirlas personalmente o de manera intergeneracional, a través de abuelas, hermanas o hijas.
Otras razones se refieren a que el derecho universal a cuidar y ser cuidado, incluye también a los hombres, quienes en menor medida se hacen cargo de los cuidados de la familia. A pesar de las modificaciones a la Ley Federal del Trabajo, que en su artículo 132, fracción XXVII, establece que los trabajadores tienen derecho a cinco días para estar junto a su hijo o hija recién nacidos, aún están lejos de lo que recomiendan los organismos internacionales.
La OIT recomienda que se deben de extender las licencias remuneradas por maternidad y paternidad. Para la primera, de acuerdo al Convenio 183, establece como mínimo 14 semanas y de 18 semanas según la Recomendación 191.
Las licencias remuneradas deben de ampliarse a otras responsabilidades familiares y ser tomadas indistintamente por los trabajadores o las trabajadoras; además de traducirse en reducciones o flexibilidades de las jornadas para que se puedan atender otras situaciones como enfermedades de alguno de los miembros de la familia.
Desde tiempo atrás, la tradicional división sexual del trabajo se ha visto modificada por la creciente irrupción de las mujeres en diversas actividades económicas. Desafortunadamente, los sectores informales han sido los lugares en donde las mujeres participan de manera mayoritaria. Además, de que muchas de ellas tienen la obligación de proveer solas a sus familias, ante el abandono paterno.
Otro de los factores que ha modificado el perfil demográfico en todo el mundo, es el incremento de la esperanza de vida. En el caso de los mexicanos, se ha alargado a los 75 y de las mexicanas a los 81 años. De acuerdo a la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica (ENADID), el total de la población de más de sesenta años, asciende a los 15.4 millones, es decir 12.3% de la población total.
Por si esto no fuera suficiente, irrumpe en nuestras vidas la pandemia del Covid-19. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe, Cepal, ha advertido que esta crisis sanitaria y económica, ha dejado al descubierto de manera cruda, la crisis de cuidados que enfrentamos y que si no preparamos a quienes tendrán que apoyar en la atención a personas en situación de vulnerabilidad, la problemática podría volverse más compleja.
Desde hace muchos años, la OIT señaló que en los países desarrollados, con elevadas tasas de dependencia demográfica producto del envejecimiento de su población, la demanda de personal calificado para cubrir las áreas de atención hospitalaria y de cuidados, se incrementaba día a día. Esos países han invertido no solo en la formación de personal especializado para atender a los grupos poblacionales de mayor edad, sino que han adaptado los espacios públicos para que puedan seguirse desarrollando para mantener su calidad de vida.
Las mujeres a quienes tradicionalmente se les ha asignado el cuidado a terceros, sobrerrepresentadas en los oficios y profesiones relacionados a ellos. Además de profesoras y enfermeras por nombrar solo las más conocidas, en el sector informal, casi la totalidad de las cuidadoras por excelencia como son las trabajadoras del hogar, corresponden al sector femenino.
Apostarle a los servicios de cuidado, permitiría generar una mayor fuente de empleos. Ampliar la oferta de servicios de cuidados capacitados, certificados y formalizados, lograría que las actividades que las mujeres han desarrollado silenciosamente, se convirtieran en trabajos formales y mejor pagados.
La OIT propone la construcción de un Piso de Protección Social, en donde se establezcan los derechos sociales, infraestructura y servicios básicos a los que toda la población tendría derecho. Esto permitiría al “acceso universal y la asequibilidad de servicios sociales esenciales”.
La experiencia internacional ha mostrado que en tiempos de crisis, como los que vivimos, los servicios sociales son estabilizadores económicos que permiten transferencias y atención a sectores vulnerables. El gran desafío es la construcción de un sistema de servicios sociales sostenible y al alcance de todos y todas.
Reconocer la importancia del personal de cuidados, en sus distintas modalidades, seguramente disminuirá ese sentimiento que invade a tantas mujeres y que cantaba sentidamente Amparo Ochoa: “Sintió de pronto que eran esclavas/ sintió que todas eran amigas/ se va la vida, se va al agujero/ como la mugre en el lavadero…”.
@Martha_Hilda