De la amnesia histórica en América Latina
“El mexicano venera al Cristo sangrante y humillado,
golpeado por los soldados, condenado por los jueces,
porque ve en él la imagen transfigurada de su propio destino.
Y esto mismo lo lleva a reconocerse en Cuauhtémoc,
el joven Emperador azteca destronado,
torturado y asesinado por Cortés”»
Octavio Paz
Dr. Mario Antonio Ramírez Barajas
Es muy curioso cómo hemos ido mostrando con el tiempo, socialmente al menos, un gran desapego hacia todos los signos aún visibles, de un pasado glorioso y rico en tesoros, tierras, imperios, mitos y visiones cosmogónicas únicas.
Vemos como una curiosidad menor al danzante vestido de guerrero azteca, luchando por ganar unos cuantos pesos aprovechando la luz roja del semáforo, o somos capaces de pasar junto al templo mayor con toda nuestra capacidad de asombro o admiración, adormecida por siglos de una historia descrita espléndidamente por Eduardo Galeano, “…para que nos resignáramos, conciencias vaciadas, al tiempo presente; no para hacer la Historia, que ya estaba hecha, sino para aceptarla…”.
Sí, para asimilar no solo el despojo de riquezas materiales soportado por América latina, también el de una historia deformada, sin voces sonoras ni héroes entrañables y, en cambio, pueblos sojuzgados y sometidos brutalmente con ayuda de todas las artes posibles, buenas o malas total, al fin, no importa.
Es necesario ubicarnos históricamente, por ejemplo, el pensamiento y sentimiento americano, antes de la conquista, nos ha marcado indeleblemente como pueblo, sin embargo, es muy complicado entender cómo esto nos ha afectado para conformar un imaginario colectivo atado, todavía, a grilletes mentales originados en un manejo impropio de nuestra historia.
En el caso de México pareciera como si se nos hubiera obligado a firmar un pacto perverso con un bloque de héroes oficiales impregnados de derrotas, como si así se garantizará la imposibilidad de lograr el despegue como una nación llena de hijos pródigos disponibles para ser ofrecidos como regalo al mundo.
Cuauhtémoc es uno de nuestros grandes héroes no por sus hazañas, construcciones o conquistas (no tuvo tiempo de hacerlas), sino por ser el gran derrotado; Hidalgo es el padre de la Patria por decreto, su movimiento fue aplastado casi de inmediato y la Independencia se alcanzó, por otros, diez años después; Vicente Guerrero terminó convertido en un fugitivo en las montañas del sur sin lograr triunfos significativos; Madero nunca pudo gobernar y fue asesinado; Zapata muere acribillado y su bandera de reparto de tierras ondeó hasta la llegada a la presidencia del general Lázaro Cárdenas.
Hernán Cortés en su primera carta de relación a Carlos V, refiere de un modo muy singular el relato de su entrada a Tenochtitlán, “…Aquí me salieron a ver y a hablar hasta mil hombres principales, ciudadanos de la dicha ciudad, todos vestidos de una manera y hábito, y según su costumbre, bien rico; y llegados a me hablar, cada uno por sí hacía, en llegando a mi, una ceremonia que entre ellos se usa mucho, que ponía cada uno la mano en la tierra y la besaba; y así estuve esperando una hora hasta que cada uno ficiese su ceremonia…”. El besamanos, sobreviviente aún a nuestra modernidad política, retratado desde aquel entonces.
Muchos estudiosos sospechan escribía los relatos, tendenciosamente, para quedar bien con su rey, aunque no fueran ciertos; pareciera como si los orgullosos, nobles y valientes guerreros aztecas se hubieran postrado ante él, con su sola presencia, no parece muy probable haya sido esa la verdad, sin embargo, el ejemplo encaja perfectamente en la conformación de una conciencia colectiva humillada de antemano.
Ese sentimiento de derrota histórica, nos hace sentir una mayor identificación con el débil, el abatido, y nos aleja profundamente de reconocernos como triunfadores, todo como producto de esa amnesia histórica en la cual se pierde y olvidamos toda la grandeza y el potencial de América Latina y de México, y ahí reposan, lamentablemente, sentimientos profundos de envidia por el éxito ajeno.
Eduardo Galeano recoge un cuento donde refleja su admiración por Sor Juana y la gran capacidad creativa e imaginativa propia de nuestra gente.
“Un sueño de Juana: ella deambula por el mercado de sueños. Las vendedoras han desplegado sueños sobre grandes paños en el suelo. Llega al mercado el abuelo de Juana, muy triste porque hace mucho tiempo que no sueña. Juana lo lleva de la mano y le ayuda a elegir sueños, sueños de mazapán o de algodón, alas para volar durmiendo, y se marchan los dos tan cargados de sueños que no habrá noche que alcance”.
Necesitamos reconocernos así: creativos, imaginativos, ganadores y capaces de alcanzar cualquier propósito en el cual centremos nuestros esfuerzos y, sobre todo, en alegrarnos por los triunfos de los demás y entender que si alguien puede lograrlo, está al alcance de todos.
AR