Me toca informarlo cada semana, en mi noticiero: llega el viernes, llegan las protestas de ciclistas en la Ciudad de México, y protestas muy subidas de tono. En el escenario más apacible, hay bloqueos de avenidas, con la consecuente desesperación de los automovilistas que quieren volver a casa. En el menos apacible, se ven empujones, golpes y al menos un caso en el que a un coche le destrozaron los vidrios. Hemos visto también a la policía en acción, con una ineficacia y una violencia de escándalo. Primera obviedad: nunca, por motivo alguno, es justificable que cinco o seis uniformados pateen a un ciudadano, como hicieron con uno de los manifestantes.
Van dos obviedades más. Por un lado, el uso cada vez más extendido de la bicicleta en nuestra ciudad es una práctica virtuosa por mil razones, desde el hecho de que necesitamos descongestionar el tráfico; hasta la contaminación por combustibles fósiles que, queda claro en esta “era Bartlett”, solo va a empeorar; hasta la necesidad de promover el ejercicio.
Por otro lado, y es necesario darles la razón a los manifestantes en bici, es una práctica riesgosa. En efecto, los ciclistas sufren accidentes de manera continua, porque las prácticas de los que van al volante son, con demasiada frecuencia, inaceptables: cerrones por descuido, invasión del carril de bicis para subir pasaje o bajar cajas de refresco, cuando no embestidas de franca mala fe, etcétera.
Así que, en efecto, es urgente hacer algo con las bicicletas… En varios sentidos. Va la cuarta obviedad. Y es que los ciclistas, como los conductores de coches, violan las reglas de manera demasiado habitual. ¿Son ustedes peatones en esta ciudad, como yo? Les habrá tocado la bici que se deja ir en sentido contrario, la que atraviesa el paso peatonal, la que circula con un sujeto que va concentrado en el teléfono, manejando sin manos, o la que avanza decidida por la banqueta –algo que, como dice una amiga, no debería hacer nadie mayor de cinco años–.
¿Qué los peatones tenemos también lo nuestro? Pues sí: invadimos el carril confinado, atravesamos a media calle o con el semáforo en verde, y la lista sigue. Y es que los ciclistas que protestan en las calles, por momentos con una violencia tan inaceptable como la de esos vidrios rotos, deberían entender que la aberración del tráfico chilango nos afecta a todos, antes que nada, porque –va la última obviedad– es responsabilidad de todos. Por nuestra disfuncionalidad como ciudadanos, vaya, que es, sí, también suya.
@juliopatan09