Jair Bolsonaro se vanaglorió en octubre pasado de haber dado el último martillazo al ataúd de Lava Jato
Foto: AFP Jair Bolsonaro se vanaglorió en octubre pasado de haber dado el último martillazo al ataúd de Lava Jato  

El hito que significó en 2014 el lanzamiento de una amplia investigación en contra de la corrupción de altos vuelos en Brasil, que involucraba a quienes hoy conocemos como “delincuentes de cuello blanco” y a funcionarios públicos de calibre nada menos que presidencial… se convirtió también en ejemplo del derribo de un paradigma cuando el caso -inacabado- se comienza a desmantelar, los cuellos blancos a deslavar, y los héroes a caer.

La operación Lava Jato llevó a la cárcel a presidentes, empresarios y otras figuras de América Latina. El nombre fue cortesía de un lavado de autos que participaba en el blanqueo de dinero. Hace un mes se anunció en la nación gobernada por el ultraderechista Jair Bolsonaro (quien supo sacar provecho del escándalo al llegar al poder, en 2019) que la investigación se desmantelaría, y lo que prevaleció fue la indiferencia.

El juez Sergio Moro y los fiscales que participaron en los arrestos eran casi superhéroes, inspiraron una película y una serie de Netflix. Hoy viven a la sombra de la fama de la indagatoria.

¿Qué pasó en el camino de la operación que dejó 174 condenas, 723 solicitudes de cooperación internacional y provocó el suicidio de un expresidente? Una explicación la ofrece el abogado e internacionalista Jorge Alberto Lara. Cuando un esquema exitoso se va haciendo más complejo, las bases se pueden cimbrar por el excesivo peso del andamiaje.

“Se requiere una gran cantidad de recursos, se requiere de una sola visión por parte de las autoridades. La combinación de una fiscalía con la policía, con la policía financiera, los reguladores, implica distintas visiones, prioridades y a veces intereses que se atraviesan y que -muchas veces-, llegan a estropear las mismas investigaciones”, reflexiona el académico de la Universidad Panamericana.

La cooperación entre los países para obtener pruebas y sentencias a veces no fluye abiertamente por los intereses al interior de las naciones, agrega, pero, sobre todo, conocer de irregularidades en el debido proceso termina por echar abajo lo construido.

En 2019, la revista electrónica The Intercept reveló ilegalidades en la investigación, se pervirtió la justicia y se vulneró el Estado de derecho.

El expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva fue condenado por Moro, ahora sabemos que de forma irregular. Hoy Lula reclama sus fueros políticos y, en política, lo que no te mata te hace más fuerte.

Cambian el nombre, pero no el pasado

Por adjudicaciones directas, pagos con sobreprecio y ampliaciones presupuestales irregulares, la empresa brasileña Odebrecht aún lastima a la mexicana Pemex, y pesan acusaciones sobre funcionarios de primer nivel en el país.

La gigante de la construcción anunció en días pasados que a partir de ahora tiene un nuevo nombre: Novonor.

“No estamos borrando el pasado”, justificó Maurício Odebrecht, y presumió un nuevo logo… azul, en lugar del anterior, rojo.

Termina investigación, no corrupción

Jair Bolsonaro se vanaglorió en octubre pasado de haber dado el último martillazo al ataúd de Lava Jato: “Acabé con ella porque no hay más corrupción en el Gobierno”.

Una semana después, la Policía encontró cerca de 30 mil reales (5 mil 500 dólares) en los calzoncillos del vicelíder de la bancada oficialista en el Senado, durante una redada por supuestos desvíos de recursos para combatir la pandemia.

Bolsonaro arrastra 60 pedidos de juicio político; quiere reelegirse en 2022.

 

AR