Martha Hilda González Calderón

Faltaba muy poco para la hora de la salida del centro de trabajo. Había sido una jornada extenuante en ese día primaveral de 1911. Así lo era normalmente en la fábrica textil Triangle Shirtwaist en Estados Unidos. De pronto escucharon una explosión y casi de inmediato una densa capa de humo invadió el taller donde las obreras trataban desesperadamente de huir al iniciar el incendio. No lo lograron. Los patrones habían cerrado todas las puertas previniendo robos. Esta tragedia motivó la fundación del Sindicato Internacional de Mujeres Trabajadoras Textiles.

Después de 110 años, aún siguen las manifestaciones de miles de mujeres en todo el mundo, para exigir mayor atención de los gobiernos a sus demandas.

México no es la excepción. Entre el universo de causas que motivan que las mujeres salgan a las calles, se encuentra esa tensión entre lo privado –léase familiar- y lo laboral. Hoy, el confinamiento al que miles de familias han sido orilladas, lamentablemente ha agravado esa angustia y las ha expuesto a mayores esquemas de violencia.

De acuerdo a la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, la población económicamente activa fue de 52.6 millones de personas. La participación laboral de las mujeres se contrajo a 39.2%, como consecuencia de las medidas de contención del contagio que provocaron que muchas de ellas regresaran a sus casas para que los hijos e hijas tomaran clase a distancia y a consecuencia de que miles de centros de trabajo hayan sido cerrados.

Las sociedades en todo el mundo están cambiando. México no es la excepción. El perfil de las familias se ha modificado. Uno de cada tres hogares en nuestro país, está encabezado por una mujer. Por otra parte, la población está envejeciendo y esto conlleva a prepararnos para cubrir esas necesidades de atención a los adultos mayores.

Cambió el mercado laboral de forma exponencial y dos de cada diez empresas registran crecimientos mayores a 300% en el volumen de negocios de ventas online de acuerdo a la revista Forbes. Los países analizan cuáles serán los empleos del futuro para actualizar los programas de estudio. El sector informal está conformado mayoritariamente por mujeres, pero ¿cambió realmente la sociedad?

El informe de la Organización Internacional del Trabajo, OIT, y el Programa de las Naciones Unidas, PNUD, denominado: Trabajo y Familia: hacia nuevas formas de conciliación con corresponsabilidad social visibiliza los altos costos que tiene para toda la sociedad pero especialmente para las mujeres, en quien sigue recayendo el peso de los trabajos domésticos. Esta situación afecta a las más pobres, que están solas y son jefas de familia, porque profundiza las desigualdades y las enfrenta a jornadas extenuantes.

La OIT señala que cuando no se permite a los hombres hacer uso de los beneficios asociados a las responsabilidades familiares, se está reforzando el papel doméstico femenino y la expectativa de que ellos no asuman el cuidado de la familia.

El reporte del Organismo Internacional señala que “el problema de fondo es que el mercado laboral aún no está pensado para personas con responsabilidades familiares, sino para quienes dispongan del apoyo de alguien que se haga cargo de las necesidades del cuidado de su familia”. Esto limita, en muchos sentidos, la inserción laboral de las mujeres y particularmente, como se ha dicho, de las más pobres.

El documento de la OIT visibiliza una serie de prejuicios y mitos que han condicionado, aún en estos tiempos, las relaciones entre hombres y mujeres.

Como aquel que señala que el papel fundamental de las mujeres es cuidar a su familia y a sus hijos e hijas. Pareciera que para nuestro género, ese es su destino. No es solo un tema de mujeres, debido a los patrones culturales que limitan la participación de los hombres que desean ocuparse más activamente con sus familias. Construcciones sociales como el de la domesticidad femenina, restringen la autonomía de las mujeres y las ponen en riesgo, particularmente en ambientes violentos.

Para entender esta situación, muchos analistas citan a Betty Friedan que escribió que “existía una extraña discrepancia de nuestras vidas como mujeres y la imagen a la que tratábamos de amoldarnos… los medios de comunicación intentaban demostrar que a las mujeres(…) solo les interesaban sus maridos, sus hijos, la ropa y el sexo(…) se les estaba previniendo contra cualquier otro interés”. Dejando de lado sueños y aspiraciones en otros ámbitos.

En Cuba por ejemplo, los padres pueden decidir quién de ellos se quedará en casa cuidando a su hijo o hija durante el primer año de vida. Reciben una retribución económica de 60% por esta actividad. Además, los padres tienen un día mensual de licencia para llevar a su bebé al médico.

En México, aunque ha habido un gran debate, solo se otorgan cinco días de licencia por paternidad.

Otro de los mitos ampliamente difundidos es que las mujeres constituyen una fuerza de trabajo secundario y su salario adquiere una dimensión de ayuda al presupuesto familiar. Esta visión desvaloriza el trabajo de muchas mujeres que son jefas de familia y provocan que sean las mujeres las primeras despedidas en momentos de crisis y las que podrían tener más problemas al momento de ser reclutadas.

Otra falacia que por muchos años se ha difundido es que contratar mano de obra femenina puede resultar costoso, por las licencias de maternidad. Este mito fue refutado por la OIT, a través de un estudio realizado en cinco países latinoamericanos –incluido México- demostrando que los costos relacionados con la maternidad no son financiados directamente por los empleadores, sino que son cubiertos por fondos públicos, la seguridad social o sistemas privados –además de que el número de embarazos ha disminuido sensiblemente en estos países y en consecuencia, las licencias por maternidad- por lo que “los menores salarios de las mujeres no pueden justificarse en los supuestos mayores costos laborales a que dan lugar”, concluye el informe.

Todavía persiste una concentración de mujeres en ciertas actividades que parecieran una extensión de las actividades domésticas que realizan tradicionalmente. La sobrerrepresentación que hay de mujeres como trabajadoras del hogar, es un claro ejemplo. Pero la OIT también señala una segregación vertical ante la reducida proporción de mujeres en cargos de mayor jerarquía que aún no supera 20%.

Por eso, en momentos como los que vivimos, es importante que los programas de apoyo a mujeres en extrema pobreza, sean acompañadas de capacitación para el trabajo, tal como se establece en el Programa Salario Rosa que desde 2017, se implementó en el Estado de México.

Limitar la tensión entre la vida familiar y la actividad laboral es tarea de todos y todas –de los gobiernos, de los sectores productivos, de los sindicatos, pero fundamentalmente, de la propia sociedad-. La OIT recomienda visibilizar en las legislaciones al “trabajador o trabajadora con responsabilidades familiares” como lo señala el Convenio 156 y ampliar los servicios, más allá de la maternidad, tomando en cuenta que otros miembros de la propia familia, por su edad o alguna discapacidad, pueden requerir de los cuidados por parte del trabajador o trabajadora.

Los Estados tienen la obligación de analizar cuáles son los sectores más vulnerables y cuáles serían las medidas que pudieran ayudar a las familias que necesitan de mayor apoyo. Ya sea en la flexibilización de las jornadas laborales, guarderías –hoy ausentes-, sistemas de cuidados, campañas de información en el sistema educativo y en los medios de comunicación sobre la participación igualitaria en las labores del hogar, como lo recomienda la OIT.

                                                                                                                                                 @Martha_Hilda