El interés en la votación de los jóvenes ha aumentado en los últimos años, particularmente desde el auge de las redes sociales, donde los usuarios jóvenes tienden a ser el grupo demográfico más activo (Pew Research Center, 2019; Olafson y Tran, 2021). Asimismo, la relación redes sociales-votantes jóvenes se ha vinculado con una mayor movilización política.
Un caso notable fue la campaña presidencial de Barack Obama en 2012, donde “el grupo demográfico más joven de votantes, que utiliza activamente las redes sociales, recibió mucha más información de la campaña de Obama” (Dalton-Hoffman, 2012: 6), en comparación con la del republicano Mitt Romney. Esa interacción fue una de las razones por las que el 60% de los menores de 30 años votaron por Obama ese año (Pew Research Center, 2012).
Sin embargo, el voto de los jóvenes es mucho más que la promoción de un mensaje efectivo en línea. Entenderlo mejor puede ayudarnos a proyectar futuras lealtades electorales, ya que es una etapa en la que se definen las actitudes políticas. Es, en otras palabras, un período formativo en términos ideológicos; lo que voten hoy, probablemente lo votarán mañana.
En México, los votantes nuevos (18 años) participan más que aquellos en el grupo de 19-29 años—algo que contradice el comportamiento promedio de los primeros votantes en otros países de la OCDE (OCDE, 2019: 1)—. Pero luego de ese primer acercamiento, su participación cae. Solo hasta que pasan los treinta años, vuelven a mostrar un interés por el sufragio (Aguilar López, 2019).
En las elecciones presidenciales de 2018, los jóvenes de México votaron por Andrés Manuel López Obrador de manera contundente. El 54% de los votantes entre 18 y 29 años le dieron su voto en una contienda de cuatro personas—un porcentaje similar al que le dieron los mayores de 30 años—; y en las elecciones al Congreso federal, el 48% de los jóvenes votaron por los partidos de la coalición presidencial, MORENA, PES y PT (ibid).
Hoy, López Obrador y sus aliados se mantienen populares entre los votantes jóvenes. En febrero de 2021, el 48% de los votantes potenciales en el segmento 18-29 manifestaron su apoyo a la coalición presidencial MORENA-PT-PES-PVEM para la próxima legislatura, mientras que PRI-PAN-PRD—”Va por México”—solo recibió el 18% de las preferencias (Moreno, 2021).
El hecho de que López Obrador y su coalición se mantengan fuertes entre el segmento demográfico más grande de México—la edad promedio en el país es de 29 años—, podría significar que una parte importante de este grupo desarrolle una lealtad ideológica para con el obradorismo que dure varios años. Esto representa un incentivo adicional para que “Va por México” detenga la consolidación del obradorismo como la actual “opción juvenil”.
Por ello, que “Va por México” presente propuestas atractivas para este segmento es crucial para su competitividad general y, en última instancia, para su número de curules en la Cámara de Diputados entre 2021 y 2024.
Yo he venido reiterando dos propuestas en diversos espacios: 1) la promoción legislativa de un seguro de desempleo federal, y 2) aumentar el apoyo financiero para que jóvenes emprendedores inicien, y mantengan, un negocio propio. Estos dos puntos no son arbitrarios; están basados en dos nociones de oportunidad electoral: mostrar solidaridad en tiempos de crisis y ofrecer un beneficio tangible a este segmento.
La primera propuesta sirve para enmarcar a “Va por México” como una opción solidaria con los trabajadores, y especialmente con los trabajadores jóvenes, que desde antes de la pandemia ya eran el sector más vulnerable al desempleo (Observatorio de la Juventud en Iberoamérica, 2019: 40).
Al ser esta una deuda histórica en el esquema laboral mexicano, hay espacio para lo que podría ser una interesante narrativa reformista por parte de la coalición opositora. Además, indirectamente se pondrían en duda las credenciales izquierdistas de la coalición presidencial—la posición ideológica predominante en el grupo de 18-29 años, si asumimos que para los jóvenes el “obradorismo” equivale a “izquierdismo”—.
Aun así, el esquema específico a decidirse debe tener en cuenta a los jóvenes desempleados del sector informal. Esto se puede hacer condicionando los pagos a la búsqueda activa de un empleo formal, lo que también ayudaría a trasladar a estos jóvenes trabajadores a la formalidad, beneficiando al Estado y a ellos mismos. No incluir el subsegmento de los jóvenes desempleados informales sería un claro error de cálculo electoral.
La segunda propuesta se basa en los datos recopilados por la Encuesta Mexicana de la Juventud 2019. Un indicador clave son las expectativas de tipo de vida en los próximos años. Por ejemplo, la encuesta revela que, en los siguientes tres años, el 35% de los mexicanos entre 15 y 29 años se ve con una fuente de ingresos estable y el 15% con un negocio propio (Observatorio de la Juventud en Iberoamérica, 2019: 45). Además, el 36% dice que quiere un trabajo o comenzar su propio negocio, para “ayudar a mantener a mi familia”.
Fomentar y facilitar el espíritu empresarial en México, especialmente tras la eliminación del Instituto Nacional del Emprendedor (INADEM) en 2019, implica beneficios directos para el país, ya que surgirían nuevas fuentes de empleo que contribuirían a los ingresos fiscales.
En conclusión, “Va por México” tiene un camino difícil por delante. Sin embargo, debe aprovechar el contexto de alto desempleo entre la juventud durante la pandemia (Raziel, 2021), para aumentar su poder de negociación en el Congreso. La coalición PRI-PAN-PRD también debe recordarle a la juventud que el país atraviesa su peor crisis económica en casi un siglo. Por ello, quedarse en casa y no votar el 6 de junio podría tener consecuencias directas en las prioridades nacionales, pero también en sus bolsillos.