El Sapo terminó sus días en las Islas Marías
Foto: @YoElResidente El Sapo terminó sus días en las Islas Marías  

Cuentan las historias que se nutren del anecdotario popular, aquel que es transmitido de abuelos a hijos y nietos, que El Sapo era terriblemente sanguinario, que, en su haber, se contaban centenas de muertos y que, durante la época en la que vivió, un psiquiatra que se obsesionó con su caso catalogó su enfermedad mental (esa que lo llevaba a asesinar a diestra y siniestra) como ‘el síndrome del pistolero’.

José Ortiz Muñoz, alías ‘El Sapo’, apodo que le fue impuesto por su rostro de grandes mentones, anchos labios y su manera de caminar, encorvado siempre, vivió en la época postrevolucionaria e inició su adultez dedicándose de lleno a las armas, cuando se alistó en el segundo Regimiento de Caballería en Monterrey, Nuevo León, en 1922, a donde llegó tras haber cometido su primer asesinato a la edad de nueve años.

En la investigación “Reflexiones psiquiátricas sobre los crímenes de ‘El Sapo’” (1954), realizada por el investigador Andrés Ríos Molina, del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, se detalla que en 1917 un pequeño Ortiz Muñoz, quien había nacido en Durango, apuñaló con un compás de la escuela, de esos que no eran de plástico, a un compañero de clase por “ser el consentido de la profesora” … Por dicho crimen el niño fue encarcelado hasta que cumplió 14 años, lo que cambió, para siempre, su vida.

En 1923, ya como parte del Ejército, ‘El Sapo’ volvió a asesinar. En esa ocasión su víctima fue un teniente coronel, el cual humillaba a todo aquel subordinado que no trabajara al ritmo que él quería en la construcción de una carretera que iba a Nuevo Laredo. Tras un consejo de guerra, por alguna extraña y misteriosa razón, el entonces soldado raso no fue fusilado y sí visualizado por quien, a la postre, lo utilizaría como un discípulo sanguinario.

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Su crimen más atroz

El 31 de octubre de 1941 un titular de El Universal, en su segunda sección, el cual aún puede ser consultado en el Archivo General de la Nación, clamaba: “Tremendos crímenes del soldado El Sapo”. En su nota, el reportero narraba que el soldado había dado muerte a puñaladas al señor Ignacio Jarero Ortiz – a quien calificó como un pandillista – por ordenes directas de su superior, el teniente coronel Miguel Aranda Calderón.

El diario mencionado relató en su edición del 4 de noviembre de 1941, que días después de su captura, y tras interrogatorios a la antigua usanza, “El Sapo” había confesado ser parte de una banda que se dedicaba al asalto, asesinato y violación en los alrededores de la Escuela de Tiro del entonces Distrito Federal.

Antiguo Palacio de Lecumberri / Cuartoscuro

A pesar de lo atroz de sus confesiones, aún faltaba lo peor: en su declaración final, Ortiz Muñoz relató que durante una manifestación de sinarquistas realizada el 2 de enero de 1946 en León, Guanajuato, a la cual sus mandos lo habían enviado para “controlar a los rijosos”, accionó su metralleta para matar a más de 120 personas hasta que sus compañeros, como pudieron, le arrebataron el arma. La condena: 28 años de prisión, que aumentaron a 30 después de que, en Lecumberri, asesinara a un reo de origen cubano.

El Síndrome del pistolero

Dada la extraordinaria y abstracta historia de ‘El Sapo’, digna en nuestros días de una serie de Netflix, el médico psiquiatra Edmundo Buentello y Villa se interesó en ella y en 1954 publicó, en la Gaceta Médica de México LXXXIV (marzo-abril, 1954), un artículo titulado “Consideraciones en torno a un criminal”.

En el estudio, el psiquiatra desentrañó los factores que llevaron al temible asesino a realizar sus crímenes, poniendo énfasis en el factor social, más que en la enfermedad mental, y en la utilización del sujeto por agentes ‘superiores’ para realizarlos.

‘El Sapo’ fue considerado por el doctor Buentello como el ejemplo más claro de lo que él llamaba ‘El síndrome del pistolero’, un mal propio de una sociedad que hacía de la violencia una herramienta para el ejercicio del poder, según se lee en el estudio del investigador Andrés Ríos Molina, publicado en el libro ‘Crimen y justicia en la historia de México, Nuevas Miradas’, coordinado por Elisa Speckman y Salvador Cárdenas y editado por la SCJN en 2011.

SCJN

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Lejos de catalogarlo como un psicópata, el doctor Edmundo Buentello calificó a su paciente como “un sujeto cuya conducta resultaba útil en un contexto social marcado por la violencia”, aquel del México postrevolucionario en donde, desde el poder, se buscaba eliminar enemigos o contrarios.

El síndrome del pistolero, “está (estaba) constituido, jurídicamente hablando, por el hecho de presentar típicamente las tres agravantes de ley en los homicidios, es decir: premeditación, alevosía y ventaja, y de ahí surge la desagradable situación: la sociedad utiliza al antisocial para resolver sus problemas”, enfatizaba el psiquiatra en su estudio.

Por su parte, Ríos Molina complementa, en su estudio, que el pistolerismo, efectivamente, fue un problema social del México postrevolucionario y que consistía en la gran cantidad de gente armada que deambulaba por el país y que eran utilizados y financiados para “eliminar enemigos políticos, periodistas o líderes de movimientos políticos”.

De salir en Time a morir trágicamente en las Islas Marías

En 1953 la ya prestigiada revista Time le dio un espacio a ‘El Sapo’, en su edición del 31 de agosto, debido a que, en Lecumberri, se casó con María de Jesús Torres Martínez, una ladrona de joyas recluida en el área de mujeres, quien, tras el matrimonio autorizado por el director del penal, pasó dos días en su celda en una especie de “luna de miel”.

http://content.time.com/time

Aún cuando María de Jesús salió de la prisión, no hubo día en que no visitara a su marido en su crujía hasta que en marzo de 1960 fuera trasladado a las Islas Marías en donde, tras convertirse al catolicismo de la mano del popular padre ‘Trampitas’, fue asesinado a machetazos.

Cuenta la historia, esa que se narrará aquí en otra ocasión, que fue tanta la amistad que el clérigo entabló con ‘El Sapo’ que, antes de morir, pidió ser trasladado de regreso a las Islas Marías y ser enterrado al lado de su entrañable amigo.

Ambas tumbas (una al lado de otra) podrán ser visitadas por los turistas que se aventuren a visitar el nuevo destino turístico cuando abra, uno de los estandartes del gobierno de la llamada ‘cuarta transformación’.

FF