@guerrerochipres
En la tradición judeo-cristiana, la semana de Pascua es el inicio para una nueva forma de vida. Para todas las tradiciones, en un ecumenismo indispensable en lo local y lo global, debe recuperarse su significado esencial en las actividades cotidianas al trabajar por una cultura de la paz.
La felicidad es la principal aspiración del ser humano, tanto en lo individual como en lo comunitario. Pero, ¿cómo alcanzarla? ¿Cómo medirla?
Según el Índice Mundial de la Felicidad 2021, diseñado por la ONU, Finlandia, Dinamarca y Suiza son los países donde la población es más feliz; en América, Canadá y Costa Rica son los mejores rankeados, en los sitios 14 y 16 respectivamente. México ocupa el lugar 36 entre 149 países.
La medición de la ONU mantiene su sesgo economicista: el PIB per cápita, la esperanza de vida saludable y el apoyo social. Omite elementos de las relaciones sociales como la confianza o la identidad comunitaria.
Aristóteles establecía que la polis (la comunidad en el mundo antiguo griego) era el ámbito por excelencia para el florecimiento de la vida buena, virtuosa y justa, donde los ciudadanos forjan lo real y la realidad con el intercambio con sus similares.
Es en ese nivel donde debe de comenzar a construirse la felicidad, basada en una cultura de la paz, de respeto a la vida.
Este fin de semana, en su homilía pascual, el papa Francisco recordó que a pesar de las crisis sanitaria, social y económica, los conflictos armados no cesan, e hizo un recuento de países que se encuentran en guerra. Llamó al mundo y a los pobladores a eliminar todas las limitantes a la libertad.
En México, la Arquidiócesis pidió enaltecer el compromiso con la vida y rechazar la muerte en todas sus versiones, en particular aquella que tiene su origen en la violencia.
Guerra y violencia son conceptos y acciones que limitan la posibilidad de los individuos y de la comunidad de ser felices. La cultura de la paz es un anhelo que se debe construir día con día a partir de acciones de respeto y tolerancia.
Implica también un compromiso por la educación y formación de valores familiares, que coadyuven con el distanciamiento de factores de riesgo como las drogas o las armas.
En alguna ocasión, la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, comentó que forjar una cultura de paz es respetar la libertad, justicia, democracia, derechos humanos, tolerancia, igualdad y solidaridad.
Es cierto que la felicidad pasa, en parte, por factores económicos que permitan a la ciudadanía tener resueltas sus necesidades básicas, pero no lo son en su totalidad.
La sensación de satisfacción por la vida y los bienes que poseemos puede verse modificada de un momento a otro.
Con toda seguridad, la noción predominante de felicidad se ve disminuida ante la ausencia de certidumbres que habitan el espectro de la tranquilidad inmediata a la paz de la región.
La apuesta por una cultura de la paz es un quehacer diario. Implica compromisos que habitan el domicilio, el espacio público cercano, la colonia y la ciudad.